LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y EL RECUERDO GLORIOSO EN LA SANTA MISA
Jueves 22 de Julio de 2010 por Arzobispo José G. Martín Rábago
En las catequesis anteriores hicimos referencia a dos elementos de la Plegaria Eucarística: epíclesis y la anámnesis. Las palabras seguramente nos resultarán extrañas y desconocidas para la mayoría; son palabras tomadas del griego, pero más importante que el conocimiento de su traducción es el significado teológico y espiritual de estos elementos dentro de la Plegaria Eucarística.
Epíclesis sobre el pan y el vino:
La acción consecratoria por la cual el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo la realiza el sacerdote, pero el actor principalísimo es Dios mismo; el sacerdote habla y actúa en nombre de Cristo, en conformidad al orden sacerdotal que ha recibido; es el vínculo sacramental que conecta la acción litúrgica con lo que han dicho y hecho los apóstoles y, a través de ellos, con lo que ha dicho y hecho el mismo Cristo que es la fuente y el origen de los sacramentos. Nunca podría el sacerdote, en cuanto hombre, ser la causa eficiente de este misterio de transformación; así se supera una concepción mágica de la conversión del pan y del vino y entramos en el ambiente de fe, propio de toda acción litúrgica.
Entre los muchos ejemplos que podríamos citar vale la pena recordar las palabras que dice el sacerdote en la anáfora II: “Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo nuestro Señor”. Claramente advertimos que el actor principal es el Padre a quien pedimos que por el Espíritu Santo “santifique” los dones. Santificar es lo mismo que consagrar, hacer santo o sagrado. Pedimos al Padre que lo profano que hemos presentado, pan y vino, representación de nuestra vida humana, se transformen y se conviertan en una realidad santa: en el Cuerpo y la Sangre del único Cristo que existe en el cielo, el Cristo resucitado. Podemos así afirmar que la Eucaristía es una acción intensa del Espíritu en la Iglesia; él es el verdadero protagonista de este misterio de fe. No hay acto más carismático que la celebración eucarística.
Epíclesis sobre la comunidad:
Si bien por la acción consecratoria los dones ofrecidos se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, hay otro aspecto no menos importante: es la conversión de la comunidad en el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. No es que la multitud reunida para celebrar empiece a ser en ese momento el Cuerpo de Cristo, pero la verdad es que siendo ya Cuerpo místico por el bautismo, por la celebración eucarística la Iglesia se consolida, se fortalece y crece en vitalidad de una unión de comunión, de unión espiritual.
Esta verdad está expresada de manera muy clara en la anáfora III, cuando decimos: “Santo eres en verdad, Señor, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu, das vida y santificas todo y congregas a tu pueblo sin cesar”.
La unidad en la Iglesia tiene características muy diferentes de las de otros grupos humanos, Vgr. partidos políticos, sindicatos, etc.. Nuestra unidad es creada por la acción del Espíritu y por la participación en el mismo Pan y en el mismo cáliz. Podremos esforzarnos por robustecer los vínculos comunitarios que son también necesarios: los planes de pastoral, la disciplina eclesiástica, las normas… pero la Iglesia no es una empresa, su unidad está construida y renovada por la misteriosa acción del Espíritu Santo.
La Anámnesis:
Esta es una palabra griega que significa “recuerdo” “memoria”. Celebrar la eucaristía es un recuerdo muy especial; no es sólo volver la mirada al pasado, a lo que sucedió en la Última Cena; es más bien la actualización de ese recuerdo, hacerlo presente y eficaz en el hoy de nuestra celebración. Es un recuerdo festivo y una memoria agradecida de la entrega generosa que Cristo hizo de sí mismo para salvarnos, redimiéndonos de nuestros pecados. En la Eucaristía actualizamos el hecho histórico, la muerte y la resurrección de Cristo y lo celebramos. Así lo decimos: “Por eso, Señor, nosotros tus siervos y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos…”
En la Eucaristía recordamos, pero el recuerdo se convierte en fuente de esperanza. El Señor que vino a nosotros y se entregó en sacrificio para nuestra redención, tiene que volver. En la celebración proclamamos esa esperanza: “¡Ven, Señor Jesús!”. No podemos olvidar un pasado que nos da identidad como cristianos, pero vivimos de una esperanza, de un futuro que nos mantiene confiados y disponibles para realizar en el presente que nos corresponde para acelerar la consumación definitiva, que ya celebramos por anticipado, “donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu reino”.
† José G. Martín Rábago
Arzobispo de León