LLEGUÉ TARDE A MISA, ¿CUMPLÍ CON EL PRECEPTO DOMINICAL?
Sábado 26 de Junio de 2010 por Arzobispo José G. Martín Rábago ·
Es frecuente que los fieles pregunten si “valió” la misa cuando se llega después de la lectura de la Palabra de Dios. Esta manera de preguntar manifiesta varias cosas:
- Que se piensa en la participación en la Misa dominical más como una obligación que como una necesidad vital para nuestra fe. La celebración eucarística dominical es un privilegio y por eso el cristiano siente la obligación interior de participar en ella de manera integral y completa.
- Que se juzga que los ritos iniciales y la liturgia de la Palabra son secundarios y es posible prescindir de ellos sin que se afecte el sentido de la liturgia eucarística.
La Exhortación “SACRAMENTO DE LA CARIDAD” dice que se ha de evitar que se dé una visión yuxtapuesta de las dos partes del rito. En efecto, la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística están estrechamente unidas entre sí y forman un único acto de culto. La Palabra de Dios que se proclama durante la celebración conduce a la eucaristía; escuchando a Dios mismo que nos habla se fortalece nuestra fe y nos disponemos a celebrar el MISTERIO DE FE que es la Eucaristía.
La Palabra de Dios que se lee y proclama en la liturgia lleva a la Eucaristía como a su fin natural (Cfr. S. C. 44). En esta visión se supera el riesgo de considerar la liturgia eucarística como un rito que hace el sacerdote, más o menos mágicamente, mientras los fieles asisten pasivos, sin sentirse interpelados y comprometidos. La participación activa y fructuosa de la Eucaristía requiere que todos nos preparemos adecuadamente para recibir el doble alimento que se nos ofrece como Pan de vida: la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo
Necesitamos crecer en respeto a la proclamación de la Palabra de Dios: respeto para prestar atención a lo que se lee; respeto en la manera como la proclaman los lectores que deben ser previamente instruidos para que lo hagan con la dignidad que requiere prestar la voz a Dios mismo que se comunica con su pueblo. “Cuando se leen las Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio” (S. C. 45).
Resulta penoso, a veces, escuchar la manera como se maltrata la Palabra, leída sin entonación, sin comprensión del texto, sin el mínimo conocimiento de las palabras que se pronuncian. Este mismo respeto requiere una digna presentación personal de quienes fungen como lectores; aun siendo de condición modesta se puede tener limpieza y usar vestimenta acorde al oficio que se está ejerciendo.
A nosotros sacerdotes, nos corresponde dotar a nuestras iglesias de equipos de sonido que permitan escuchar con claridad la lectura de la Palabra de Dios. En la inversión de lo que los fieles aportan para el culto debe haber prioridades; permitir que la Palabra de Dios resuene de manera audible es indudablemente una auténtica prioridad.
No basta, sin embargo, que se escuche bien la Palabra; se requiere una preparación previa para que los fieles alcancen a comprender lo que se proclama y descubran que Cristo nos está hablando en este momento presente. “Cristo no habla en el pasado, sino en nuestro presente, ya que Él mismo está presente en la acción litúrgica”
(S. C. 45).
La Exhortación sugiere algunas iniciativas pastorales: dice “si las circunstancias lo aconsejan, se puede pensar en unas moniciones breves moniciones que ayuden a los fieles a una mejor disposición”. Así también recomienda celebraciones de la Palabra, la lectura meditada o “lectio divina”, las oraciones tomadas de la Sagrada Escritura, sobre todo Laudes, Vísperas y Completas, el rezo de los salmos, etc…
Podríamos decir, en general, que debemos desarrollar en la comunidad una cultura bíblica que nos permita apreciar, celebrar y vivir mejor la Palabra de Dios dentro de la Eucaristía.
† José G. Martín Rábago
Arzobispo de León