Pero una palabra de Yavé fue dirigida a Elías de Tisbé:
Levántate, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel. En este momento está en Samaría, pues fue a la viña de Nabot para tomar posesión de ella.
Le dirás esta palabra de Yavé: “¡Así que matas y luego te apoderas de la herencia! Escucha pues esto: allí donde los perros han lamido la sangre de Nabot, lamerán también tu propia sangre”.
Ajab dijo a Elías: “¡Me pillaste, enemigo mío!” Elías le respondió: “Sí, te pillé, porque te vendiste para hacer lo que es malo a los ojos de Yavé:”
Yo acarrearé sobre ti la desgracia. Barreré todo tras de ti, haré que desaparezcan todos los varones de la casa de Ajab, ya sean esclavos o ya sean hombres libres en Israel.
Ya que provocaste mi cólera e hiciste pecar a Israel, trataré a tu casa como a la casa de Jeroboam, hijo de Nabat, y como a la casa de Basá, hijo de Ajía”.
También hubo una palabra de Yavé respecto a Jezabel: “Los perros se comerán a Jezabel al pie del muro de Jezrael.
Aquel de la casa de Ajab que muera en la ciudad será devorado por los perros, y el que muera en el campo será comido por los pájaros del cielo”.
No hubo nadie como Ajab para venderse y para hacer lo que es malo a los ojos de Yavé; era arrastrado a eso por su mujer Jezabel.
Se comportó de manera espantosa, sirvió a los ídolos como lo hacían los amorreos, a los que Yavé había echado ante los israelitas.
Al oír las palabras de Elías, Ajab rasgó su ropa, se vistió de saco y ayunó; dormía con el saco puesto y andaba cabizbajo.
Entonces se le dirigió a Elías de Tisbé una palabra de Yavé: “¿Te has fijado como Ajab ha hecho penitencia en mi presencia?”
Ya que ha hecho penitencia ante mí, no le haré sobrevenir la desgracia durante su vida, sino que acarrearé la desgracia a su casa, durante la vida de su hijo.