El nuevo paganismo
Triunfo del ilusionismo
Por José Miguel Odero
¿Tiene hoy mayor atractivo el paganismo? ¿Cabe hablar de que el paganismo se ha convertido para nuestra civilización en la gran tentación?
Esta es el tesis del filósofo norteamericano Thomas Molnar, autor de una reciente publicación sobre el tema: La tentación pagana (Thomas MOLNAR, The Pagan Temptation, W.B. Eerdmans Publishing Cy., Grand Rapids (Michigan) 1987, 201 pp ).
Molnar piensa que las sociedades de raigambre cristiana han ido apartando equivocadamente de la vida de los hombres los signos de lo sagrado: El escenario de cualquier ciudad del mundo occidental muestra que la religión ha sido total y sistemáticamente excluida de la vida activa de los ciudadanos. Las viejas iglesias parecen museos, las nuevas parecen naves industriales. Sacerdotes y religiosas parecen burócratas atareados, sobre todo desde que no ostentan signo alguno de su vocación sagrada. Los sermones, como los editoriales de los periódicos, tratan de temas políticos, sociales y económicos. Las escuelas cristianas imitan a las laicistas… No se pueden encontrar rastros del componente cristiano de la civilización en ningún sector de la vida política, legal o económica, tampoco en los medios de comunicación y ni siquiera en la literatura y el arte.
La descripción de Molnar es algo drástica, y quizás responde más a la situación de los Estados Unidos que a la de España; sin embargo, como tendencia dominante en la sociedad y en la cultura actuales es innegable el empuje de ese secularismo creciente.
El diagnóstico del Autor es que, ante la racionalización progresiva de la cultura cristiana, se ha ofuscado la sacralidad, que es una necesidad auténtica de la vida humana. Por eso se explica que muchos hombres busquen hoy esa sacralidad en experiencias exóticas: las religiones orientales, las sectas…
El libro de Molnar propone acertadamente que es precisa una resacralización dentro del plan de recristianización de la civilización occidental: Debemos afirmar y creer que tal retorno es posible, y hemos de trabajar para restaurar el papel de los símbolos en la verdad cristiana, en oposición a las falsas ideologías del paganismo.
El tema del neopaganismo también ha desatado el interés y la preocupación de otros autores.
El neopaganismo del siglo XX -ha escrito Peter Kreef- ha renunciado a tres de las componentes del paganismo clásico grecorromano: La pietas, es decir, el sentido de lo sagrado que debe ser venerado; la moderación y la conciencia de que existe una ley moral universal. El neopaganismo es profundamente subjetivista, porque desconoce a un Dios personal. De este modo, un dios panteísta como la Fuerza de “La Guerra de las Galaxias” es inmensamente popular, porque es como un libro en la estantería -según escribió C.S. Lewis-: asequible cuando uno quiere, sin que moleste cuando no se desea. ¡Cuánto más conveniente pensar que somos burbujas de la espuma divina, que hijos rebeldes de un razonable Padre divino! El panteísmo carece de sentido del pecado, porque pecado significa separación, y nadie puede ser separado nunca del Todo. El nuevo paganismo es el triunfo del ilusionismo. Sin perder la emoción y la pátina de la religión, se elimina el temor de Dios.
El fenómeno está ahí. El conocido periodista y escritor Tom Wolfe hacía notar recientemente que para muchos ciudadanos el arte ha reemplazado literalmente a la religión. El arte es la forma de religión que los gobiernos y los ricos encuentran decoroso promover.
Una de las formas del neopaganismo del siglo XX ha sido descrita y alabada hace años por Albert Camus. Camus describía el encanto del naturalismo, del culto al propio cuerpo. Un culto que tantos hombres obsesionados con la preocupación por la salud tributan diariamente mediante ritos continuados: dietas sacrificadas, un “jogging” exhaustivo, baños de sol… Estos bárbaros que se relajan en las playas -escribía Camus-, tengo la esperanza insensata de que, quizá sin saberlo, están modelando el semblante de una cultura en que la grandeza del hombre encontrará al fin su verdadero rostro. Este pueblo, totalmente lanzado a su presente, vive sin mitos, sin consuelo. Ha situado todos sus bienes en esta tierra, y por eso ha quedado sin defensa contra la muerte. Me entero de que no hay dicha humana ni eternidad fuera de la curva de los días. Estos bienes irrisorios y esenciales, estas verdades relativas, son las únicas que me conmueven. Los otros, los “ideales”, no tengo bastante alma para comprenderlos. No es que sea preciso portarse como bestias, pero no encuentro sentido a la dicha de los ángeles (-Noces-).
Camus trataba de interpretar el neopaganismo como si fuese un humanismo terrenal, cerrado a la trascendencia. ¿Es tal cosa posible? La historia reciente, sin embargo, subraya la experiencia dolorosa de tantas ideologías neopaganas que en este siglo han arrollado los derechos humanos de los modos y maneras más increíbles. El proyecto de “pasar” de los grandes ideales cristianos es simultáneamente un asesinato por la espalda a cualquier humanismo posible. Pueden ser humanistas, ciertamente, quienes no han tenido la dicha de conocer a Jesucristo, pero no quienes rechazan su figura o la condenan al silencio con su indiferencia. Más tarde o más temprano se puede constatar que el neopaganismo conlleva volver a la “ley” de la selva, a la barbarie, a la angustia, al suicidio de lo mejor que hay en el hombre.
Chesterton, en cuyos escritos brilla cada vez con más luz un talante profético, se preocupó de desenmascarar ese falso atractivo que el paganismo tiene para nuestros contemporáneos. Estaba convencido de que el cristianismo vivido con autenticidad vence de antemano a cualquier paganismo, porque la alegría, que era la pequeña publicidad del pagano, se ha convertido en el gigantesco secreto del cristiano (-Ortodoxia-).
La respuesta de Chesterton a Camus es que la dicha humana, las alegrías más intensas y el disfrute más pleno de los bienes de esta tierra sólo son posibles de verdad para quien mira confiado el horizonte de la eternidad. La alegría cristiana puede ser plena porque está respaldada por la fe, por una fe en el porvenir que no es ciega, que encuentra en la razón una aliada.
Por otra parte, Chesterton sustentaba una visión de la historia más optimista que la de Molnar. Mantenía que la intelectualización del dogma cristiano que se inició en los Padres de la Iglesia y se impulsó definitivamente con la teología medieval, lejos de dar pie al neopaganismo, le cortó definitivamente sus alas: Fue casi totalmente un movimiento de entusiasmo teológico ortodoxo desarrollado desde dentro. No fue un compromiso con el mundo, ni una rendición a paganos o herejes, ni siquiera una petición de ayuda externa (…) En tanto que llegaba a la luz del día común era semejante a la acción de una planta que por su propia inclinación impulsa a las hojas hacia la luz del sol; distinto de la acción de uno que se limita a no impedir que la luz del día penetre en una prisión. En breve, ello fue lo que técnicamente se denomina un desarrollo doctrinal. (…) Fue Tomás quien bautizó a Aristóteles cuando éste no pudo haberle bautizado a él; fue puramente un milagro cristiano el que levantó al gran pagano de entre los muertos (-S. Tomás de Aquino-).
La desacralización y secularización de la civilización occidental contemporánea no son en realidad una continuación de esa gran corriente intelectual cristiana que llega a su ápice en el siglo de las Universidades, el siglo XIII. Sólo aparentemente la desacralización se apoya en ese proceso de intelectualización; su origen debe buscarse -y Molnar lo pone de relieve- en Maquiavelo, Ockam, Descartes y Lutero-. Su génesis está en el racionalismo, que es -decía Chesterton- una herejía sobre el papel de la inteligencia en la vida de los hombres, es una verdad que se ha vuelto loca.
Entre las parábolas de Borges hay una llena de sugestividad sobre el pretendido retorno del paganismo a la cultura europea; se titula Ragnarök. El poeta cae en un sueño extraño: El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora al atardecer. (…) Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: ¡Ahí vienen! , y después ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia adelante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. (…) Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cuál, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron. Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. (…) Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos. Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses (-El hacedor-).
El paganismo que parece liberar del yugo ligero de la fe en Cristo, supone regresar a los miedos y esclavitudes de un hombre desarmado, rodeado de poderes y fuerzas mundanales, ante las cuales no tiene ninguna garantía de sobrevivir. Como ya Chesterton había advertido: Una de las curiosas características de la fuerza del cristianismo es que, desde que llegó, ningún pagano ha sido capaz en nuestra civilización de ser realmente humano (-El hombre eterno-).
José Miguel Odero