Recordamos que Kerigma quiere decir la primera y esencial proclamación que hicieron los que creyeron en
Jesús: un hombre de nuestra historia ha muerto y ha resucitado por salvarnos. ¡Es el Señor!.
Puesto que los Evangelios no nacieron tal como están escritos sino a partir de un hecho fundamental: Jesús
crucificado ha resucitado, intento explicar la afirmación de Jesús Resucitado tomándolo en confrontación con lo
que pensaban los no creyentes de aquellas épocas.
a) La historia civil apenas habla de Jesús de Nazaret.
Si recordáis, en el Encuentro mencionamos estas breves alusiones sobre Cristo que hacen algunos autores
romanos y después un autor judeo-romano:
Tácito (hacia el 55-120): En sus Anales, escritos en tiempos del emperador Trajano, en le año 116 o 117, habla
del incendio de Roma por obra de Nerón que –como sabemos- apartó las sospechas que pesaban sobre él
haciendo a los cristianos responsables del incendio y los entregó a los conocidos tormentos de las fieras etc.
Tácito explica quiénes son los cristianos cuyo nombre procede de Christos, a quien el procurador Poncio Pilato
había ejecutado bajo el principado de Tiberio. Tácito piensa que ellos viven una “abominable superstición”.
Suetonio (hacia el 75 – 155): En sus Vidas de los doce Césares evoca también a los cristianos a propósito de
Nerón. Su testimonio es de alrededor de año 120. Suetonio no menciona a Cristo, sino a los cristianos; está de
acuerdo con Tácito en calificar su movimiento de “superstición”. También al narrar la vida de Claudio pone a
Cristo (Chrestos) extrañamente relacionado con los judíos expulsados de Roma por el emperador: “Como los
judíos se soliviantaban continuamente, instigados por un tal Cresto, los echó de Roma”.
Plinio el Joven (hacia el 61-115): Su carta a propósito de los cristianos fue escrita entre el 111 y el 113
cuando Plinio se hallaba en Bitinia legado del emperador Trajano. Allí encontró muchos habitantes eran
cristianos y escribió al emperador para preguntarle ¿Qué actitud había que adoptar?: La carta de Plinio contiene
de paso algunos datos interesantes sobre el comportamiento de los cristianos: no son reos de ningún crimen; al
contrario, se comprometen a no cometerlos; suelen reunirse un día fijo, de madrugada, para cantar salmos a
Cristo como a un Dios. El emperador le aconsejó rechazar las denuncias anónimas y le prescribió que castigase a
los que seguían diciéndose cristianos.
Por su parte el historiador judeo romano Flavio Josefo (nacido 37 ó 38) dice algo más, pero tampoco es
mucho. El era de raza hebrea y abandonó a su pueblo durante el asedio de Jerusalem (año 70): Se pasó al lado
de los sitiadores romanos. En el 93 escribió Antiquitates judaicae. Al hablar de Poncio Pilato, procurador de
Judea del 26 al 36 d. C. pone el pasaje más largo que tenemos de la figura y obra de Jesús en la literatura no
cristiana.
Proponemos este texto de Flavio Josefo para comparación con Hechos de los Apóstoles 2,22-36 con el
fin de ver semejanzas y diferencias con la predicación de Pedro. Es una forma intuitiva de captar la
realidad del kerigma cristiano.
Así dice Josefo en su obra:
En aquel tiempo apareció un tal Jesús, hombre sabio, si es que puede llamársele hombre: era efectivamente autor de obras
prodigiosas, el maestro de los hombres que reciben la verdad con alegría, e indujo a muchos entre los judíos y también entre
los griegos (a ser sus discípulos). Se pensaba que fuera el Mesías; pero no lo era, a juicio de nuestros jefes .Por todo esto,
Pilato lo crucificó y lo hizo morir. Los discípulos que antes lo habían amado no cesaron de proclamar que se les había
aparecido al tercer día de la muerte nuevamente vivo. Los profetas divinos atestiguaron y predijeron estas cosas y miles de
otras maravillas de él. Hasta ahora, el grupo de los cristianos, así llamados por su causa, no ha desaparecido todavía.
Así dice Pedro en Hechos de los Apóstoles:
Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y
señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el
determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a
éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice
de él David: “Veía constantemente al Señor delante de mí, puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha
alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi
alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción. Me has hecho conocer caminos de vida, me llenarás
de gozo con tu rostro”. «Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y
su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado, con
juramento, que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni
fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros
somos testigos…Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien
vosotros habéis crucificado. Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para
vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro”.
Si dedicáis unos minutos a hacer este ejercicio, podréis ver que ambos textos narran los mismos
acontecimientos pero de manera muy distinta: Flavio Josefo no afirma que Jesús era el Mesías; dice que algunos
lo consideraban así y la fe de que ha resucitado la atribuye a los discípulos de Jesús no a sí mismo. La frase: “si
es que puede llamársele hombre” corresponde a la mentalidad helenista greco-romana con que Josefo intenta
imitar en sus escritos. Esa mentalidad ve en los magos y taumaturgos seres divinos.
El testimonio de Pedro está lleno de convicción, de fe en Jesús Resucitado, a quien Pedro amó y seguía
amando. Lo que es claro es que, con esa predicación, quiere también impulsar a creer a otros, transmitirles lo
que a él le llena de gozo y de sentido para vivir.
No obstante, para los cristianos el testimonio de Flavio Josefo contiene una cosa también importante: es el
escrito más amplio y antiguo no cristiano sobre Cristo. Realmente en la historia de la cultura se ha negado
pocas veces la existencia histórica de Jesús y hoy -a nivel científico- no se puede plantear esa cuestión
seriamente. Se puede creer o no en Jesús como Hijo de Dios, pero no es serio cuestionar su existencia histórica.
De alguna manera Flavio Josefo nos lo dice ya hace siglos.
b) El Nuevo Testamento tiene su centro en Jesús Crucificado y Resucitado
Los verdaderos documentos que nos acercan a Jesús de Nazaret son los del Nuevo Testamento, especialmente
los evangelios. Es importante comprender que los evangelios no nos transmiten una historiografía de Jesús.
Son historia conforme a un género literario peculiar que no narra los hechos de modo descriptivo sino envueltos
en un sentido y finalidad concretos. Están escritos desde la fe y para despertar la fe.
Todo historiador hace historia según su visión de la vida, sus ideas socio-políticas y sus convicciones, pero los
evangelios -ya de entrada- nos dicen su finalidad. Son sinceros con nosotros. Por ejemplo Marcos 1,1 dice así
“Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. O lo que nos dice el final del evangelio de Juan, tras las
apariciones de la Resurrección: “Estas (señales) están escritas para creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31).
c) Hay un largo proceso en la formación de los evangelios.
Los primeros creyentes fueron reflexionando sobre Jesús y transmitieron de palabra relatos sobre su pasión y
muerte, después la actividad pública y después la infancia y la resurrección de Jesús. Más tarde se fueron
poniendo por escrito párrafos breves y por último se formaron las distintas tradiciones evangélicas. Cada
comunidad cristiana recogió y redactó según su propia vivencia estas tradiciones. Por eso los evangelios no son
sólo una crónica de sucesos; en ellos se vislumbra la fe comunitaria y la teología de los autores. Son una
historia salvífica que proclama el acontecimiento único, irrepetible y definitivo de la Salvación obrada por y en
Jesucristo Crucificado y Resucitado. Jesús es el Evangelio: la Buena Noticia.
Esta Buena Nueva no es ante todo una doctrina sino una Persona, por eso sólo puede ser totalmente
comprendido cuando se acoge como “encuentro” con esa Persona: Jesucristo. Y también así se nos transmite
por los que le amaron. Quizá por eso los evangelistas se atan tan poco a las palabras exactas de Jesús, pues
todo Jesús – sus palabras, gestos, acciones- es Palabra para ellos.
La predicación cristiana tiene precisamente ahí su nervio. Ese es el Kerigma (predicación primera,
proclamación de fe). El Crucificado es Dios hecho un hombre de nuestra historia y ha resucitado. Por Él nos
viene la Vida, la salvación, el Sentido para vivir.