Buen artículo pública el Gaudium:UNÁMONOS EN LA CONGRUENCIA

Buen artículo pública el Gaudium:UNÁMONOS EN LA CONGRUENCIA

UNÁMONOS EN LA CONGRUENCIA

Viernes 23 de Abril de 2010 por Mariano Gonzalez Leal

¿Qué puede decirse, que no se haya dicho ya, sobre la evidente campaña de desprestigio –a  la que numerosos medios de comunicación de todo el mundo se han sumado- en contra de la Iglesia Católica? Solo quien no quiera verla no la verá y seguirá negando su existencia. Solo aquel a quien ciegue el odio o el resentimiento podrá decir que no cree en lo que para todos es ostensible.

Muy poco que sea novedoso podrá añadirse sobre el tema. Ya todo lo importante ha sido dicho. Nuestros Prelados se han pronunciado, y a los laicos se nos han proporcionado las normas de conducta generales que deben orientar nuestros criterios y  definir nuestras posiciones de frente a estos embates -los mayores y mejor organizados, sin duda, de los últimos  tiempos-.

Por lo mismo, estas líneas no tienen otro objeto que externar algunas reflexiones de índole personal, carentes quizá de toda trascendencia.

Solamente se trata de compartir con el lector algunos puntos de vista  generados por la actitud de gran parte de los medios de comunicación escritos y electrónicos.

1.- Extraña  que algunos editorialistas, que pueden contarse entre los más virulentos difusores de los lamentables e indefendibles hechos que han sido tan ampliamente publicitados y que ya han sido objeto de pronunciamientos específicos de la Jerarquía, preludien sus textos hablando  de “nuestra Iglesia”.

No hay congruencia entre esta frase, que deja trascender un cierto tufillo a hipocresía, y el virulento contenido que sigue en sus escritos.

Si la actitud que asumen estos señores con la que ellos mismos  llaman “nuestra” Iglesia es la misma que asumen con otras entidades que seguramente llamarán también “suyas” –sus familias, sus intereses empresariales o de poder, las escuelas de sus hijos, etcétera-… surge la pregunta natural:  Con esos amigos… ¿quién necesitará enemigos?

2.- No deja de ser curioso que, al revisar las páginas editoriales de algunos diarios –que frecuentemente dedican más de un setenta por ciento de sus editoriales al mismo tema-, se advierta claramente que columnistas públicamente conocidos como pertenecientes a grupos étnicos o religiosos o a cofradías  de “fraternidades” bien definidas y siempre activas aunque oficialmente secretas, se empeñen con denuedo en deslindar, cada quién a su propio grupo, de las muy bien orquestadas campañas difamatorias internacionales, pretendiendo hacernos creer que las referidas campañas, a todas luces programadas con cronométrica exactitud, han nacido por generación espontánea.

3.- Es lástima que entre algunos católicos el tema se haya vuelto recurrente, aunque muchos de ellos inicien sus exposiciones en torno a él,  preludiando el tema con infaltables frases de conmiseración y autoexcusa.

* * *

Es incuestionable que más allá del origen divino de nuestra Iglesia –en el cual cualquier católico medianamente instruido cree-, y en particular relación con su componente estrictamente humano, haya habido -y no solamente hoy, sino a lo largo de veinte siglos de historia-, circunstancias dolorosas, de las cuales la Iglesia Católica ha emergido siempre triunfante y depurada. Esta es una constante histórica constatable por cualquiera que se preocupe de conocer medianamente la Historia Universal. “Las puertas del infierno, no prevalecerán...”.

Pero tampoco puede dudarse de que al arrojar reflectores  sola y exclusivamente sobre esos casos lamentables, se inducen y propician  graves errores de valoración, cuando no se adelanta un juicio dolosa y perversamente logrado.

Yo pregunto al lector:

¿Has conocido algún sacerdote a lo largo de tu vida? ¿Cuántos has conocido? Y de ellos, que son los que personalmente has tratado… ¿cuántos te consta que  hayan cometido los delitos que hoy se atribuyen genéricamente a los sacerdotes?

Cuestión de lógica elemental, y de  cálculos proporcionales…

¿Podrá, con justicia, extenderse a TODOS los sacerdotes -como es evidente que pretende la campaña de desprestigio-, una imputación que no significa sino una mínima proporción en el contexto general de la historia de la Iglesia?

¿Será justo, y será siquiera equilibrado, maduro e  inteligente, extender de manera genérica una  condena que indudablemente se justifica solo en relación con actos que generan estricta responsabilidad personal?

¿Podrá justificadamente extenderse esa condena hasta transformarla en una afirmación de carácter universal y genérico?

¿Podrá negarse que hay empresas de comunicación que además de trabajar para  intereses de grupo, o étnicos, o doctrinales, han obtenido de paso pingües ganancias explotando el morbo con esta campaña?

Luego de repasar someramente la Historia… ¿Podremos negar que la Iglesia Católica ha sido la gran civilizadora del mundo y que a su historia gloriosa se hallan estrechamente ligados los productos más señalados de la virtud, del arte y de la belleza? ¿Podrá negarse el legado al mundo de ese invaluable tesoro de bienes que Chateubriand llamara “El Genio del Cristianismo?

¿Podremos negar que si Su Santidad Benedicto XVI tomó desde el inicio de su Pontificado decisiones enérgicas y trascendentes para la depuración de algunas estructuras de la Institución que encabeza?  ¿Podría por ventura haberlo hecho si desde el Pontificado anterior no hubiesen estado ya, cuando menos, sumamente avanzadas las investigaciones y los procesos que solamente faltaba concluir a través de sentencia? ¿Dónde está, pues, el encubrimiento de que se acusa insistentemente a S. S. Juan Pablo II? ¿O se trataba de omitir los procedimientos de investigación, violentando así eso que los mismos acusadores proclaman a los cuatro vientos, llamándolo  “derechos humanos” y que forma parte de las garantías irrenunciables de todo ser humano?

¿Podremos negar la incongruencia de muchos católicos al contribuir, por acción o por omisión, a esta campaña cuyas primeras víctimas somos los mismos católicos? Si alguien hace campaña de desprestigio y de condena contra su propia familia ¿podrá resultar indemne? Si aspira a  resultar ileso, debe renunciar primero a sus vínculos familiares. De otra manera, contribuirá insensatamente a su suicidio.

Laicos: unámonos, con buena voluntad, con madurez de juicio, con esperanza y con  caridad en torno a nuestra Jerarquía, a nuestros párrocos, a nuestros sacerdotes. No olvidemos que todos somos Iglesia. Seamos congruentes; colaboremos, cada quién en la proporción que le sea dable, con generosidad y con compromiso, a fortalecer lo que sentimos nuestro.

Recordemos cotidianamente, en esta hora difícil para Su Santidad, aquella jaculatoria que formó parte de las oraciones que nos enseñaron nuestros padres, labrando en nuestras almas uno de los más gratos recuerdos de la infancia: “El Señor lo  conserve, lo haga feliz en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos”.

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