Pentecostés la fiesta del Espíritu Santo. Comentado por Fernando Ambigú.

Pentecostés la fiesta del Espíritu Santo. Comentado por Fernando Ambigú.

Pentecostés la fiesta del Espíritu Santo.

Pentecostés la fiesta del Espíritu Santo. Esa fuerza irresistible que nos hace penetrar en el sentido de las cosas y nos empuja hacia la plenitud. Habitados por el Espíritu somos hombres nuevos impulsados a construir el mundo en los caminos de la fraternidad y el amor. El Espíritu Santo es el propio Dios en cuanto próximo a los hombres y al mundo. Es la proximidad personal de Dios a los hombres. Por los caminos del año 2000. ¿Cómo poder experimentar hoy la fuerza y la luz del Espíritu? ¿Dónde está hoy la presencia del Espíritu en la Iglesia? El Espíritu y la vida se entrecruzan. Hay que evolucionar, ir hacia dentro y hacia lo alto, porque en el inmovilismo no está el espíritu.

Muchas veces hemos oído hablar sobre la necesidad de aires nuevos. Para el cristiano todos los días tenían que ser jornadas de puertas y ventanas abiertas para el Espíritu. No debemos poner nunca murallas a la libertad y al espíritu. Necesitamos como algo extraordinario que removiera esta perfecta monotonía de todos los días. La monotonía se rompe con un alma dentro de la vida de cada día. Un espíritu, algo o alguien que desde él mismo, centro de nuestro ser, nos adentrara en otros caminos y en otros cielos. La voz y la conciencia de la paz, de la reconciliación y del perdón es como un espíritu fresco para un nuevo milenio, una llamada a una nueva construcción cristiana según el Espíritu de Jesús. El Espíritu nos convoca a otros caminos con unos nuevos lenguajes.

Hoy hablar de «espíritu», «de cosas del espíritu», de «espiritualismo», es hablar de palabras superfluas, como condenadas al fracaso, en este mundo nuestro donde aparentemente no existe otra realidad que la corporeidad, las realidades físicas y constatables, lo que se toca y pesa. Una gran parte de hombres y mujeres de nuestro tiempo viven en desarmonía consigo mismos, sin una fuerza interior que unifique sus vidas y que les regenere desde lo más interior de sí mismos. Los creyentes siempre han reconocido al Espíritu como una fuerza regeneradora. Hoy, en un tiempo de tantos vacíos existenciales, se habla de otras tablas de salvación, de espíritus, de energías, de una cierta energía positiva. Muchos vientos para muchas adivinanzas. A lo mejor, para comenzar un nuevo siglo, eran ya palabras vacías y sin sentido hablar del Espíritu. Y sin embargo es el Espíritu, esa otra dimensión vital, la que mueve la vida, el avance y el progreso de la vida hacia la libertad.

El Espíritu, un alma que lo envuelve todo, que nos hace caminar para encarnar a Jesús en la realidad de cada día. Muchas veces en nuestra vida habíamos sentido como un impulso, como algo que se movía en nuestro corazón. Un ruido que despierta, un viento que empuja, una llamarada que ilumina y calienta. ¿Acaso corren malos vientos para el Espíritu? El mundo sin espíritu es como el sin sentido de una fuente seca, seca.

Así de bellamente se expresaba Ignacio IV Hazin, patriarca de la Iglesia greco-ortodoxa de Antioquía: «Sin el Espíritu, Dios está lejos, Cristo pertenece al pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la autoridad es dominio, la misión es propaganda… Pero, en el Espíritu, el cosmos bulle y gime con los dolores del Reino, se hace presente Cristo resucitado, el Evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad servicio liberador, la misión es Pentecostés».

El envío del Espíritu en Pentecostés es algo completamente nuevo: es la interiorización en la conciencia limitada del hombre de la acción pascual de Jesucristo que, históricamente, es única. El Espíritu Santo le es dado siempre a la Iglesia. A pesar de la crisis que sacude a la Iglesia, algunos no titubean en hablar de un nuevo Pentecostés. Pero no basta con referirse al Espíritu Santo en relación con todo y en todo momento. También es preciso discernir los signos auténticos del Espíritu, siguiendo la recomendación de San Pablo: «No apaguéis; la fuerza del Espíritu; no menospreciéis los dones proféticos. Examinadlo todo»

En la actualidad podemos discernir dos grandes tipos de signos del Espíritu en la Iglesia: por un lado están todas las iniciativas de la caridad cristiana al servicio de la liberación del hombre; por otro lado, están todos los signos del Espíritu que acompañan la renovación carismática en el mundo.

En este nuevo vivir, apegados a tantas cosas, sujetos a tantas dependencias, el aire del Espíritu nos debe llevar a sentir la necesidad de una descodificación total de las cosas y a sentir la grandeza y, la riqueza de la libertad, desde la fuente inagotable de una libertad interior, una fuerza interior que nos arrastre a no dejar apagar nunca en nosotros el Espíritu, la vida del Espíritu. El Espíritu de Dios y de Cristo es fundamentalmente un Espíritu de libertad. «En esta libertad innumerables desconocidos han encontrado valor, apoyo, fuerza y consuelo en sus grandes y pequeñas decisiones. El Espíritu de la libertad es así, el Espíritu del futuro que orienta a los hombres hacia delante, no a un más allá consolador, sino a un presente comprometido en el mundo de cada día hasta que llegue la consumación final, de la que ya tenemos en el Espíritu una garantía». (H. Kung).

Con el Espíritu podemos caminar con serenidad e ir hacia la conquista del hombre interior. Solamente desde el Espíritu podemos cambiar nuestro paisaje interior y ser trasformados en unos hombres nuevos. La fuerza del Espíritu. Solamente desde el Espíritu es posible la renovación de la vida de cada día y el caminar hacia la plenitud.

Es en la fuerza del Espíritu como tantos hombres se están jugando hoy la vida, por predicar el Evangelio y servir a sus hermanos. No nos falta hoy el Espíritu Santo. Sigue vivo en la Iglesia. Sigue habiendo Pentecostés.

(Extraído de un artículo de Felipe Boreau en la revista Dabar para la festividad de Pentecostés)

Fernando (Ambigú)

liturgia@ole.com

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