La Homilía, segunda parte V y VI, la preparación y exponer la homilía.

La Homilía, segunda parte V y VI, la preparación y exponer la homilía.

Segunda parte de la homilía, V  y  VI Como preparar la homlía y como se expone.

V. COMO SE PREPARA LA HOMILIA

Una buena homilía y a fortiori la predicación homilética de cada domingo no se improvisa. Se podría lógicamente hablar de una preparación gradual: general, remota y próxima.

La preparación general no puede ser otra que el estudio y profundización de la Sagrada Escritura, de la Sagrada Liturgia, de los Santos Padres, de la teología, de los documentos de la Iglesia, de los problemas sociales, etc.. El no estar al día es un obstáculo serio a la hora de predicar. Hay quien predica con un bagaje cultural y teológico que huele a rancio y los fieles, aun los de cultura sencilla, son los primeros que lo detectan.

La preparación remota se debería hacer unos días antes. El buen homileta no espera a última hora para preparar su homilía. La va rumiando. La consulta con la almohada. Esta preparación difusa, a lo largo de la semana, abarca varios puntos: la lectura del texto o de los textos escriturísticos, la meditación de los mismos en los ratos de oración, el bosquejo general de los elementos exegéticos, litúrgicos y vitales, la consulta de ciertas dudas o dificultades en diccionarios bíblicos, como de paso y entre ocupación y ocupación. ?Esta preparación es más importante de lo que parece y tiene la ventaja de que apenas ocupa tiempo. Se puede hacer en los momentos libres.

La preparación próxima (tiempo dedicado a preparar la homilía) incluye varios puntos que, aunque varían de persona a persona, podrían resumirse así:

1) Concretar bien los puntos o ideas sobresalientes que han ido surgiendo en exégesis, liturgia y vida, independientemente de que se aprovechará de todo ello al final e independientemente de cómo se expondrá. Preocuparse primordialmente de cómo se propondrá una homilía, de la forma, etc., sin tener claras las ideas es un grave error, muy típico de principiantes, El que tiene algo que decir, lo dice. El que no tiene nada que comunicar, aburre por más que use bellas palabras. Ello no quiere decir que no se deba preparar la forma, como luego diremos.

2) Escoger una de las tres lecturas como núcleo referencial de la predicación. No querer comentar las tres (aunque se puede y conviene hacer alusión a las tres). Generalmente se deberá comentar el Evangelio o ?por qué no? la lectura del Apóstol. Convendría tener un plan para varios domingos, sobre todo si se comenta la segunda lectura, la del Apóstol. Es de gran fruto, pero supone una asamblea relativamente estable y por supuesto un mismo predicador. El que escoge siempre lo más fácil (con la excusa de la falta de tiempo o de la simplicidad de sus oyentes) es el que no dice nunca nada nuevo y aburre a sus oyentes. El pueblo es más capaz de lo que pensamos, con tal de que le preparemos bien el manjar, sin provocarle indigestiones.

3) De los varios mensajes, ideas o temas encontrados en la exégesis conviene escoger UNO Y SOLO UNO. No debe salirse uno de este punto escogido, pero debe desarrollarlo. El público no soporta más de un punto y además querer dar varios puntos complica la homilía y la prolonga indebidamente.

4) Una vez escogido y desarrollado un punto exegético, se busca UNA aplicación a la vida y UNA aplicación a la liturgia. El predicador ha de poder sintetizar esto en tres frases (p. ej., en las bodas de Caná comentadas para el sacramento del matrimonio los tres puntos podrían ser los siguientes: Cristo estuvo presente en una fiesta; ahora lo estará también aquí; y lo estará también aquí; y lo estará a lo largo de su vida. Con esto tenemos el esqueleto de la homilía; habrá que revestirlo de carne; pero el esqueleto es lo que da consistencia.

Yo conozco predicadores que en lugar de tener un esquema claro de lo que van a decir, van divagando de tal manera que más que una exposición, su homilía se asemeja a un ejercicio de asociación de ideas (de Jesús se pasa a María, de María al mes del rosario, y del mes de octubre al mes de noviembre en el que se inicia un plan de pastoral, del plan de pastoral se pasa a una crítica de los sacerdotes que no lo pondrán en práctica; se continúa hablando de la obediencia y de la obediencia se pasa a los teólogos desobedientes; esto último da pie para hablar de lo pequeña que es la inteligencia humana frente a la inmensidad del universo y la grandeza de las estrellas … ). Es algo deplorable que condena una homilía y una celebración al tedio y al rechazo de los oyentes.

5) En principio es mejor que no sobresalga el esquema tripartita de exégesis, liturgia y vida; en todo caso el público no debe notarlo. Ya hemos visto que se trata de elementos y no de partes de la homilía. Seguir siempre este esquema quitaría originalidad y convertiría la homilía en una pieza oratoria excesivamente racional y fría. La homilía, no lo olvidemos, es mistagónigica y es sencilla en cuanto a su construcción y exposición.

6) En cuanto a la forma de presentación lo más importante es encontrar un punto sugerente, estructurante y aglutinador que centre la exposición. Se lo puede encontrar en:

? una palabra clave (la «totalidad» en la ofrenda a Dios, en el evangelio de la limosna de la viuda: no lo mucho ni lo poco, sino el todo, frente a la parte, frente a lo que sobra, etc.)

? una frase («no tienen vino»; «sólo entre los suyos es despreciado un profeta»; «queremos ver a Jesús», etc.).

? un ejemplo actual (insensibilidad de muchos conductores y transeúntes ante una persona atropellada, en el caso del Buen Samaritano).

?una pregunta hecha a los oyentes («¿qué pretendía Zaqueo al subirse al árbol?», especialmente en el. caso de un grupo infantil).

? una actitud de vida (fe, desconfianza, agradecimiento, conversión).

? un interrogante (¿somos cristianos de nombre? ¿qué es ser cristiano hoy? ¿somos quizá enemigos de la cruz de Cristo? Nótese que este interrogante no tiene por qué ser respondido y que se puede repetir a modo de leitmotiv a lo largo de la homilía).

? una preocupación del pastor (real, pero sin caer en subjetivismo: «Muchas veces me he preguntado y nos podríamos preguntar…»).

Estos son algunos ejemplos. A lo largo de la homilía hay que ser coherente con este punto central, sin salirnos de él.

7) Perfilar los pasos temporales de la homilía viendo en qué momento, en qué orden y en qué forma se expondrá el contenido (exégesis, liturgia y vida). Por ejemplo: referencia a la actualidad ?iluminación bíblica- aplicación a la vida y a la celebración.

8) Ayuda a algunos una ficha escrita con el esquema general de lo que se va a decir. Es una ayuda para la memoria. Debe ser simple y legible a, primera mirada. Llevar un sermón escrito a largos párrafos si no se va a leer la homilía ?cosa desaconsejable en la mayoría de los ambientes? no suele ser práctico ni eficaz en el terreno real. La experiencia indica que sólo lo escrito en forma esquemática y por uno mismo sirve realmente en el momento de la predicación.

VI. COMO SE EXPONE UNA HOMILIA

Aunque la manera de predicar una homilía sólo se aprende en la práctica oratoria, algunas indicaciones pueden ayudar.

1) Por tratarse de una conversación familiar, espiritual comentativa y exhortativa, deben primar la sencillez, la sinceridad, la claridad la comunicación y una cierta unción. Hoy día difícilmente se acepta al predicador que dice cosas esotéricas a la masa o en un lenguaje rebuscado o en un tono grandilocuente. El predicador ha de buscar y encontrar un estilo más pastoral y funcional dentro de su manera de ser y de expresarse. Por lo mismo también debe colocarse cerca de la gente y procurar que el empleo del micro (o en su ausencia la elevación de la voz) no rompan el estilo sencillo y coloquial.

2) Hay que tratar de predicar no a un público, sino a sí mismo dentro de un público, o mejor, dentro de una asamblea de la que uno forma también parte. Hay que hablar con la gente y no frente a la gente. No basta la «sim?patía», sino que es necesaria la «em-patía». El tono que se adopta es de gran importancia; debe ser moderado, íntimo. Nadie se dice a sí mismo las cosas chillando ni autoritariamente. Cuando por los motivos que sea hay que gritar, es difícil dar la sensación de empatía. El micro bien usado es de gran ayuda. Se debe evitar el tonillo clerical, doctoral y lograr un tono del discípulo (discípulo de la Palabra), de amigo, de hermano (aunque uno ocupe un alto rango eclesiástico o quizá porque lo ocupa).

3) Hablar con el público no significa necesariamente introducir un diálogo o intervenciones que en ciertos ambientes, especialmente grandes y masivos o de gente no habituada a ello, pueden incluso parecer forzados. Cierto, ha de haber comunicación, pero no necesariamente por palabras de ambos lados (aunque no se excluya del todo esta reciprocidad, como luego diremos). La comunicación se logra cuando no se da la impresión de hablar «ex cathedra» sino coloquialmente con unos hermanos y amigos. En términos de comunicación se podría expresar así: «hay que hablar en el público, desde el público y como formando parte del público y de su mundo».

4) No se debe renunciar, a pesar de lo dicho anteriormente, a ser original, nuevo, atrayente, impactante, cuestionador e interrogativo. Estas cualidades oratorias pueden lograr que nuestras aburridas homilías comiencen a cobrar interés para la gente. Y por lo mismo el predicador debe cultivarlas, sin hacer de ellas el centro, pues lo central es lo que se comunica. No es fácil la originalidad y la novedad. Parecemos cansados al predicar y predicamos un mensaje viejo, por más que prediquemos la Buena Noticia y la Novedad radical que es Cristo. Saber encontrar la novedad del fondo nos ayudará a encontrar la originalidad en la forma.

5) Hay que hacerse oír y entender (¿es necesario decirlo? Parece que sí). Un porcentaje elevado de predicadores no se dejan entender. Sus palabras se pierden en el ruido de una mala sonorización, por el mal uso del micro, por una mala vocalización, por la afluencia de niños de corta edad o por el ruido de la calle (las puertas no tienen por qué estar abiertas sino antes y después de la celebración litúrgica). Todo esto hay que tenerlo presente a la hora de predicar, no sea que prediquemos en vano. Por otro lado, el lugar de la predicación será aquél desde donde a uno se le ve y se le oye mejor. Pero hay que procurar que la sede de la palabra, el ambón, tenga estas características.

6) La homilía no debe ser larga. No debe cansar al auditorio y por lo mismo no debería nunca pasar de diez minutos aproximadamente, aunque si es más corta, mientras sea sustanciosa, los fieles lo agradecen incluso. Claro está que en esto la norma no puede ser tajante: mientras un predicador cansa al minuto de hablar, otro puede tener a la asamblea atenta durante un buen cuarto de hora. Pero aun así hay que recordar que la homilía es parte de un todo y que es mejor dejar tiempo abundante para la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística (ambas exigen tiempo para los cantos, las moniciones, la oración y los silencios). En la práctica vemos que la introducción del principio de la misa (en donde se acumulan demasiados cantos) y la homilía se llevan una porción excesiva de tiempo en desmedro de las dos partes principales de la celebración.

7) Una manera de comprobar la atención de los fieles es darse cuenta si durante las pausas de la predicación hay silencio en la Iglesia. Para ello hay que pasear también la vista por todo el auditorio y no predicar sólo a los que tengo en primera fila, a los de un lado o con la mirada en blanco. Si no hay silencio es probablemente señal de que el sermón no interesa… hay que corregir rápidamente el rumbo y no persistir en la forma comenzada. Si el sermón ha sido de interés para la asamblea, ésta es capaz de guardar unos minutos de silencio reflexivo después de la homilía. En nuestra liturgia de la palabra y en nuestra liturgia eucarística faltan momentos de silencio, no porque no, estén indicados en las rúbricas, sino porque no se observan en la práctica.

8) Uno debe producir el sermón a medida que habla: lo modifica, lo construye, reflexiona con el auditorio, hace como si fuera uno de ellos, inquiere como pastor, comprende, amonesta, se pone en’ la piel del extraño (el de la calle, el no creyente), se cuestiona como un cristiano más. Evita hablar «tamquam auctoritatem habens» por más que la tenga… Todo esto exige una actitud especial, indecible, que sólo puede crear la presencia del auditorio y la compenetración con el mismo.

9) El estilo de la predicación debería ser de tal tipo que permitiera la intervención de un oyente (aunque sólo fuera hipotéticamente) como pregunta o como discrepancia. Es de gran impacto encajar bien la intervención inesperada (si es esperada es muy fácil) con serenidad, con una invitación a reformular la pregunta desde el micro o repitiéndola y explicitándola el mismo predicador para el resto del auditorio. Jamás debe uno sentirse herido, molesto, ponerse nervioso o ironizar, aunque se trate de una zancadilla. Repito que esto en ciertos ambientes no suele pasar, pero debería poder pasar si nuestras homilías fueran esto: homilías, conversaciones en familia. En la homilética de los Santos Padres los fieles a veces intervenían, y fundamentalmente conformaban el mismo tipo de asamblea que las de hoy. Hay muchas maneras de responder a la posible interpelación de un oyente: aceptar la corrección si se trata de una discrepancia y es justa, contestar con una explicación, invitar a una conversación privada en otro momento, permitir que el interpelante exponga su punto de vista, su experiencia, etc..

10) El principio y sobre todo el final de la homilía deben estar bien preparados. Hay que evitar los principios demasiado trillados (frases de arranque estereotipadas, el santiguarse cada vez: ¿por qué hay que santiguarse si se ha hecho al principio de la misa? ¿No da la impresión de que va a comenzar un sermón clásico misional de estos que no tenían otro arranque por ser el principio de la reunión?). En cuanto al final, un aterrizaje seguro, sin andar divagando o, para seguir la metáfora, sin andar planeando durante minutos en busca de pista (cosa muy desagradable para todos) es de gran impacto . A veces un interrogante sin respuesta, una pregunta que invite a la reflexión es mejor que unas frases demasiado redondeadas.

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