Evangelio San Juan 18,1-19.42     Abril-2-2010

Evangelio San Juan 18,1-19.42 Abril-2-2010

Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos.
Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos.
Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas.
Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: “¿A quién buscáis?”
Le contestaron: “A Jesús el Nazareno.” Díceles: “Yo soy.” Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos.
Cuando les dijo: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron en tierra.
Les preguntó de nuevo: “¿A quién buscáis?” Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”.
Respondió Jesús: “Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.”
Así se cumpliría lo que había dicho: “De los que me has dado, no he perdido a ninguno.”
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco.
Jesús dijo a Pedro: “Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?”
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron
y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año.
Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote,
mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro.
La muchacha portera dice a Pedro: “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?” Dice él: “No lo soy.”
Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose.

El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina.
Jesús le respondió: “He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas.
¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.”
Apenas dijo esto, uno de los guardias, que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: “¿Así contestas al sumo sacerdote?”
Jesús le respondió: “Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”

Anás entonces le envió atado al sumo sacerdote Caifás.
Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: “¿No eres tú también de sus discípulos?” Él lo negó diciendo: “No lo soy.”
Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: “¿No te vi yo en el huerto con él?”
Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua.
Salió entonces Pilato fuera hacia ellos y dijo: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?”
Ellos le respondieron: “Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado.”
Pilato replicó: “Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley.” Los judíos replicaron: “Nosotros no podemos dar muerte a nadie.”
Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir.
Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los judíos?”
Respondió Jesús: “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?”
Pilato respondió: “¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”
Respondió Jesús: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.”
Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”
Le dice Pilato: “¿Qué es la verdad?” Y, dicho esto, volvió a salir hacia los judíos y les dijo: “Yo no encuentro ningún delito en él.
Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al rey de los judíos?”
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle.
Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura;
y, acercándose a él, le decían: “Salve, rey de los judíos.” Y le daban bofetadas.
Volvió a salir Pilato y les dijo: “Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.”
Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: “Aquí tenéis al hombre.”
Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” Les dice Pilato: “Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo no encuentro en él ningún delito.”
Los judíos le replicaron: “Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.”
Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más.
Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: “¿De dónde eres tú?” Pero Jesús no le dio respuesta.
Dícele Pilato: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?”
Respondió Jesús: “No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.”
Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: “Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.”
Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá.
Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: “Aquí tenéis a vuestro rey.”
Ellos gritaron: “¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!” Les dice Pilato: “¿A vuestro rey voy a crucificar?” Replicaron los sumos sacerdotes: “No tenemos más rey que el César.”
Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús,
y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota,
y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.
Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos.”
Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Éste ha dicho: Yo soy rey de los judíos”.”
Pilato respondió: “Lo que he escrito, lo he escrito.”
Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo.
Por eso se dijeron: “No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.” Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.”
Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: “Tengo sed.”
Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca.
Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido.” E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado – porque aquel sábado era muy solemne – rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.
Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.
Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.
El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.
Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno.
Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo.
Fue también Nicodemo – aquel que anteriormente había ido a verle de noche – con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar.
En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado.
Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.1

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