[Del maestro de coro. Poema. De los hijos de Coré.]
Como anhela la cierva los arroyos, así te anhela mi ser, Dios mío.
Mi ser tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?
Son mis lágrimas mi pan de día y de noche, cuando me dicen todo el día: “¿Dónde está tu Dios?”.
El recuerdo me llena de nostalgia: cuando entraba en la Tienda admirable y llegaba hasta la Casa de Dios, entre gritos de acción de gracias y el júbilo de los grupos de romeros.
¿Por qué desfallezco ahora y me siento tan azorado? Espero en Dios, aún lo alabaré: ¡Salvación de mi rostro,
Dios mío! Me siento desfallecer, por eso te recuerdo, desde el Jordán y el Hermón a ti, montaña humilde.
Un abismo llama a otro abismo en medio del fragor de tus cascadas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí.
De día enviará Yahvé su amor, y el canto que me inspire por la noche será oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué me olvidas?, ¿por qué he de andar sombrío por la opresión del enemigo?
P Me rompen todos los huesos los insultos de mis adversarios, todo el día repitiéndome: ¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué desfallezco ahora y me siento tan azorado? Espero en Dios, aún lo alabaré: ¡Salvación de mi rostro, Dios mío!
Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin amor; del hombre traidor y falso líbrame.
Tú eres el Dios a quien me acojo: ¿por qué me has rechazado?, ¿por qué he de andar sombrío por la opresión del enemigo?
Envía tu luz y tu verdad, ellas me escoltarán, me llevarán a tu monte santo, hasta entrar en tu Morada.
Y llegaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría. Te alabaré gozoso con la cítara, oh Dios, Dios mío.
¿Por qué desfallezco ahora y me siento tan azorado? Espero en Dios, aún lo alabaré: ¡Salvación de mi rostro, Dios mío!