[Del maestro de coro. De los hijos de Coré. Para oboes. Cántico.]
Dios es nuestro refugio y fortaleza, socorro en la angustia, siempre a punto.
Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes vacilan en el fondo del mar,
aunque sus aguas bramen y se agiten, y su ímpetu sacuda las montañas. (¡Con nosotros Yahvé Sebaot, nuestro baluarte el Dios de Jacob!) [Pausa.]
¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santifican la morada del Altísimo.
Dios está en medio de ella, no vacila, Dios la socorre al despuntar el alba.
Braman las naciones, tiemblan los reinos, lanza él su voz, la tierra se deshace.
¡Con nosotros Yahvé Sebaot, nuestro baluarte el Dios de Jacob! [Pausa.]
Venid a ver los prodigios de Yahvé, que llena la tierra de estupor.
Detiene las guerras por todo el orbe; quiebra el arco, rompe la lanza, prende fuego a los escudos.
“Basta ya, sabed que soy Dios, excelso sobre los pueblos, sobre la tierra excelso”.
¡Con nosotros Yahvé Sebaot, nuestro baluarte el Dios de Jacob! [Pausa.]
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