Yahvé dijo a Moisés: “¡Anda, baja! Porque se ha pervertido tu pueblo, el que sacaste del país de Egipto.
Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. Se han hecho un becerro fundido y se han postrado ante él; le han ofrecido sacrificios y han dicho: “Éste es tu Dios, Israel, el que te ha sacado del país de Egipto.””
Y añadió Yahvé a Moisés: “Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz.
Déjame ahora que se encienda mi ira contra ellos y los devore; de ti, en cambio, haré un gran pueblo.”
Pero Moisés trató de aplacar a Yahvé su Dios, diciendo: “¿Por qué, oh Yahvé, ha de encenderse tu ira contra tu pueblo, el que tú sacaste del país de Egipto con gran poder y mano fuerte?
¿Por qué han de decir los egipcios: Los sacó con mala intención, para matarlos en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra? Abandona el ardor de tu cólera y arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo.
Acuérdate de Abrahán, de Isaac y de Israel, tus siervos, a quienes por ti mismo juraste: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; y toda esta tierra, de la que os he hablado, se la daré a vuestros descendientes, que la heredarán para siempre.”
Y Yahvé renunció a lanzar el mal con que había amenazado a su pueblo.