Palabra de Dios 23 de Ago. de 2024. VIERNES XX DEL TIEMPO ORDINARIO.

Palabra de Dios 23 de Ago. de 2024. VIERNES XX DEL TIEMPO ORDINARIO.

Palabra de Dios 23 de Ago. de 2024. VIERNES XX DEL TIEMPO ORDINARIO.

Evangelio del dia.

PRIMERA LECTURA.

Del libro del profeta Ezequiel (37, 1-14)

En aquellos días, la mano del Señor se posó sobre mí, y su
espíritu me trasladó y me colocó en medio de un campo lleno de
huesos. Me hizo dar vueltas en torno a ellos. Había una cantidad
innumerable de huesos sobre la superficie del campo y estaban
completamente secos.
Entonces el Señor me preguntó: “Hijo de hombre, ¿podrán
acaso revivir estos huesos?” Yo respondí: “Señor, tú lo sabes”.
Él me dijo: “Habla en mi nombre a estos huesos y diles: ‘Huesos
secos, escuchen la palabra del Señor. Esto dice el Señor Dios a
estos huesos: He aquí que yo les infundiré el espíritu y revivirán.
Les pondré nervios, haré que les brote carne, la cubriré de piel,
les infundiré el espíritu y revivirán. Entonces reconocerán
ustedes que yo soy el Señor'”.
Yo pronuncié en nombre del Señor las palabras que él me
había ordenado, y mientras hablaba, se oyó un gran estrépito, se
produjo un terremoto y los huesos se juntaron unos con otros. Y
vi cómo les iban saliendo nervios y carne y cómo se cubrían de
piel; pero no tenían espíritu. Entonces me dijo el Señor: “Hijo
de hombre, habla en mi nombre al espíritu y dile: ‘Esto dice el
Señor: Ven, espíritu, desde los cuatro vientos y sopla sobre estos
muertos, para que vuelvan a la vida’ “.
Yo hablé en nombre del Señor, como él me había ordenado.
Vino sobre ellos el espíritu, revivieron y se pusieron de pie. Era
una multitud innumerable. El Señor me dijo: “Hijo de hombre:
Estos huesos son toda la casa de Israel, que ha dicho: ‘Nuestros
huesos están secos; pereció nuestra esperanza y estamos
destrozados’. Por eso, habla en mi nombre y diles: ‘Esto dice el
Señor: Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir
de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel. Cuando
abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes
dirán que yo soy el Señor. Entonces les infundiré mi espíritu,
los estableceré en su tierra y sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo
cumplí’ “.

Palabra de Dios.

SALMO.

Salmo (106, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9)

R. Demos gracias a Dios, porque nos ama.

Que lo confiesen los redimidos por el Señor, los que él rescató
de la mano del enemigo, los que reunió de todos los países, de
norte y sur, de oriente y occidente.
R.

Andaban errantes por un desierto solitario, no encontraban
el camino de ningún poblado; sufrían hambre y sed, se les iba
agotando la vida.
R.

Pero gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la
tribulación. Los guió por un camino derecho para que llegaran
a un poblado.
R.

Demos gracias a Dios porque nos ama, por las maravillas que
hace con los hombres. Él calmó la sed de los sedientos y a los
hambrientos los llenó de bienes.
R.

EVANGELIO.

Evangelio según san Mateo (22, 34-40)

En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que
Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él.
Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a
prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”
Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo
tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el
más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo
es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En
estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.

Palabra del Señor.

REFLEXIÓN: En su respuesta a quien le
quería poner una trampa, Jesús, en forma muy
natural, se remite a textos muy conocidos por sus
interlocutores: Deuteronomio 6, 4-9 y Levítico 19,
18, si bien ahora en sus labios «prójimo» es todo
hombre y no sólo el pariente o el connacional. En
esta su espontánea respuesta vemos que la ley y la
moral cristiana han de ser mucho más sencillas que
la complicada casuística de los escribas y fariseos
«Amar sin medida» –como lo hizo Jesús– esa es la
meta ideal en relación a Dios y al prójimo. Un único
y doble mandamiento que «vale más que todos los
holocaustos y sacrificios» (Mc 12, 33).

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