DEL GOZO DE VIVIR AL GOZO DE PARTIR: Tanatología. Parte I.
“Un recorrido experiencial de acompañamiento humano y espiritual a enfermos terminales y familiares en duelo.”
Psicólogo Eduardo Sánchez R.
Del libro Del gozo de vivir al gozo de partir.
Del libro Del gozo de vivir al gozo de partir.
PRESENTACIÓN.-
¿Por qué sufrimos como seres humanos ante la enfermedad y loa muerte?
¿Qué ocurre en una persona que va a morir?
¿Qué podemos hacer para que el morir y el duelar sean significativamente el acto final más grande de la vida en el Ser Humano de Hoy?
¿Cómo nos podemos relacionar con la muerte, el dolor y el sufrimiento del enfermo terminal y familiares en duelo de una manera evangélica, y por ello, más digna del Ser Humano?
Este libro pretende responder a estas cuestiones. Para ello, recorre dos caminos, el clínico y el espiritual, teniendo como punto de partida el proceso de morir y duelar, no como actos de causa y efecto, sino como un principio de ser responsables del propio vivir, duelar y morir, como momentos en nuestra vida.
El autor de este estudio propone, a partir de su experiencia, una base para el acompañamiento psicológico y espiritual a enfermos terminales y familiares dolientes. También aspira ser de utilidad a los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión y Agentes de la Pastoral de Salud y del Enfermo, y a todos quienes comparten el más amoroso de los apostolados, el brindar acompañamiento humano y espiritual a los Enfermos y familiares dolientes.
Introducción
De la Tanatología a la Biofilia.
Un primer acercamiento, muy útil y necesario, que tenemos que tener quienes atendemos a los pacientes terminales y familiares en duelo es el conocer, reflexionar y comprender a fondo los diversos aspectos y aportes que los estudios tanatológicos nos ofrecen para enfrentar la crisis última de la vida humana: el duelo por la muerte en el Ser Humano, con el propósito de ayudarnos a aceptarle con dignidad y esperanza y aprender de esta etapa final de la vida, en lugar de reprimir nuestros sentimientos y hacer de ella un final desolador y lleno de amargura porque ya no podemos hacer nada, sino morirnos, como si nada más existiera la vida terrenal.
El estudio de esta etapa final de la vida, la de muerte, del proceso de morir y duelar, en años recientes, han ido generando la confluencia de las ciencias médicas, de las ciencias de Dios y de las ciencias del hombre en aspectos bioéticos, socioculturales y religiosos a fin de dar respuesta a la incapacidad del ser humano de trascender, en su pasión por la vida, el momento de su muerte y de superar esa actitud ante la propia muerte, la de olvidarse o no ser consciente de ella en el normal y cotidiano vivir, es decir que, no basta tener como una moda la Tanatología, el estudiar y conocer de la muerte, si este conocimiento no nos lleva a transformar nuestras actitudes ante la vida, (Biofilia).
En torno a lo anterior, partiremos de la reflexión y toma de conciencia de nuestra postura personal ante la propia muerte y el duelo, pues mientras veamos al duelo causado por la enfermedad terminal y muerte como tema tabú de algo aterrador y que nunca nos llegará, no podremos ayudar al enfermo y familiares en duelo a afrontarla con tranquilidad, con paz, y mucho menos asumirla como una experiencia dichosa de amor oblativo, no obstante el dolor que nos deja la pérdida o separación definitiva de un ser querido y amado.
I.- ¿PORQUÉ SUFRE EL SER HUMANO ANTE LA MUERTE?
Aunque no existe una respuesta única y total, —ya que lo verdaderamente importante de este primer acercamiento es que tú encuentres tu propia respuesta humana y espiritual frente a la muerte, la enfermedad y la vejez, a fin de establecer una forma diferente de relacionarte con ella a partir de nuevas actitudes, conceptos, ideas y respuestas socio- conductuales— en la revisión de la literatura y de nuestra experiencia de acompañamiento a enfermos terminales y familias en duelo, encontramos las siguientes:
1) La psicología de las emociones, según Schmidt, (1997) explica al duelo y/o sufrimiento ante la muerte como parte de la naturaleza del ser humano y lo define como ese estado de ansiedad permanente y sintomático manifestado en reacciones que nos lastiman y mutilan, conformado por sentimientos de temor, dolor, pesar, tristeza, culpa, cólera, ira, etc., frente a situaciones de pérdida, cambios o eventos desconocidos y no, que se presentan durante la etapa final del ciclo vital del ser humano, la del morir y duelar.
Esta emoción no es privativa de una edad particular, durante la vida, aún desde antes de nacer, experimentamos sentimientos y emociones de sufrimiento y duelo ante algunas separaciones, cambios y “pérdidas necesarias”, –aquéllas que inevitablemente tienen que ocurrirnos o que tarde que temprano tenemos que afrontar como parte natural del vivir– para crecer y superar los desafíos propios del desarrollo y crecimiento humano, por que el crecer duele, la auto exigencia de ser mejores o el simplemente vivir cuesta, ya ni siquiera el acto más grande de la vida, el acto de morir, es gratuito.
Estas emociones de sufrimiento psicológico y/o duelo ante la propia muerte se manifiestan como el último desafío del proceso de Desarrollo Humano, según la Psicología del Desarrollo, en el esquema de E. Erikson, citado por Dicaprio (1985) sostiene que: “es en aquella edad donde el hombre ha llegado a la aceptación del final de su propio y único ciclo de vida, cuando estas personas pueden experimentar dolores y malestares físicos, apatía, pérdida de interés por las cosas, sentimientos de inutilidad, aislamiento, desamparo, temor y remordimiento; pero, no lo es así para quienes han logrado desarrollar un sentido de integridad y espiritualidad, es decir, para las personas autorrealizadas quienes han desarrollado con éxito las tareas y virtudes propias de las siete etapas anteriores, es en el octavo periodo de crisis y/o desafío donde la tarea más significativa es la aceptación de la conclusión de la vida con un sentido de plenitud, de haber logrado de la vida y del Ser Persona lo que se tenía que cumplir y llegar a ser, de manera que, muchas personas en la edad de adultez tardía no desean una existencia perpetua en la tierra, no les quedan necesidades insatisfechas que les atormenten y encaran la muerte con sabiduría”, que es la virtud que Erikson atribuye a las personas que se han desarrollado plenamente en esta etapa.
De acuerdo con esta perspectiva, aquellas personas que encuentran a la muerte como algo aterrador y eludible son personas que han fracasado en lograr las tareas significativas de cada etapa de este proceso de desarrollo: el sentido de confianza y esperanza, necesario para confiar en el futuro de la propia existencia y en la muerte como el umbral de un nuevo tipo de existencia; asimismo han fracasado en lograr el sentido de autonomía, iniciativa y laboriosidad necesarios para la satisfacción y realización del Ego en las cuatro edades previas a la adultez; han fracasado también en lograr el sentido de identidad, intimidad y generatividad propios de una persona en plena autorrealización durante el estado adulto medio y que preparan al individuo para encarar a la muerte sin desesperación, temor e insatisfacción respecto a los logros del ego en el estado adulto tardío.
2) Por el frustrado deseo de Inmortalidad en el Ser Humano: en la historia de la humanidad se ha encontrado, en distintos campos del saber, que el hombre siempre ha querido controlar, eludir y retroceder de esta etapa final de su propia vida, la de la muerte.
Desde la filosofía, literatura y ciencias bioéticas observamos al hombre en busca de la eterna juventud y vida eterna, es decir, la vida después de la muerte en mundos misteriosos que nos aguardan la desgracia o felicidad eternas después de poner en la balanza divina nuestras obras y virtudes, tarde o temprano todos tenemos que enfrentar a los demonios y espíritus maléficos que intentan desviar el alma hacia el abismo, el Hades, o lidiar al barquero que cruza a las almas de una orilla de la vida a la otra y al que debe sobornar el alma del difunto para proseguir su viaje a la eternidad o inmortalidad, idea similar en varias de las culturas de la antigüedad que ilustran este aspecto. (Cfr. The Egyptian Book of the dead, Wallis, 1992)
Como ahora vemos, la lucha del ser humano por alcanzar la inmortalidad ha cambiado, hoy “el Hombre del Tercer Milenio” se ha vuelto un ser necrófilo. En la cultura de muerte operante e imperante, este ser humano acepta con ambivalencia que es un ser finito, ahora la lucha del hombre no es contra la muerte sino a favor de la muerte, a cambio de aceptar o compensar su derrota de inmortalidad, idolatra y hace alianza con la muerte.
El miedo a la muerte y el duelo que vive el ser humano por la pérdida de la vida es un temor y rechazo universal, a veces encubierto, a la necesidad de inmortalidad al momento de enfrentarse a la propia muerte, que se manifiesta en rituales simbólicos y costumbres culturales y religiosas de épocas pasadas, que han ido, unas perdiéndose y otras transformándose.
En el fondo, en su deseo por superar la transitoriedad y brevedad de su existencia y de ser inmune a su propia muerte, surge en lo más profundo del ser humano la esperanza ante el dolor de fracasar al momento de querer seguir viviendo, no obstante la enfermedad terminal, ya sea en una cama de hospital o del hogar, el duelo que vive el ser humano ante la pérdida de la vida, no ha cambiado, aunque creamos que lo hemos superado, lo que ha permanecido es la esperanza de eternidad después de la vida terrenal.
Ahora, la lucha del ser humano es contra el miedo y dolor, la pena y sufrimiento que conlleva el morir o dejar de vivir. Al no poder evitar sufrir en carne propia la muerte o dolerse de la muerte de sus seres amados, la Persona se ha fabricado un concepto de morir y de la muerte, no como el fin de la vida y de sí mismo sino como “un paso obligado de continuidad del ser y de la existencia a la inmortalidad”, recurriendo, como lo describe Ortiz Quesada (2006), a distintas teosofías y concepciones religiosas, tales como: “la de la Reencarnación del Krishna budista; la Inmortalidad Material de filósofos antiguos desde Epicuro y Demócrito a Hipócrates; la Unión Erótica con Dios de los místicos yahvistas y santos(as) occidentales; la Inmortalidad de la Conciencia y del Conocimiento y de quien lo obtuviera de Sócrates y Platón; la de “la muerte como consecuencia del pecado original” de la tradición judeocristiana (cfr. 3Jn. 19); y finalmente, la que priva en el catolicismo, “la muerte como ganancia por la Resurrección de Cristo” (cfr. 3Jn. 20, 4 – 6 y Jn. 20, 9).
3) La Historia de la relación del ser humano con la muerte nos muestra las distintas actitudes ante el morir y el duelo en sociedades occidentales según la cultura, época y clase social. Philippe Ariés, citado por Smud y Bernasconi (2000), en su libro “El Hombre ante la muerte”, ha realizado este rastreo histórico mediante el análisis de los “signos de los tiempos” en las diversas manifestaciones artísticas de las épocas históricas de la humanidad y encontramos los siguientes hallazgos:
1er. Periodo: “La Muerte Colectiva y Amaestrada”.
Existía una tradición según la cual, la muerte decía a cada quien lo que debía hacer llegado el momento de morir. Durante los primeros 1100 años de la historia (dC), la muerte era “colectiva y amaestrada” porque avisaba cuando iba actuar, el que iba a morir era avisado de la proximidad de su muerte, a fin de hiciera lo que debía hacer (excepto en las muertes súbitas y accidentales y en las muertes maléficas y paganas, fuera del catolicismo).
De modo que, cada persona que sabía cuándo iba a morir comenzaba ella misma a llevar a cabo un ceremonial en el cual arengaba a los vivos, en su lecho era visitado por todos los miembros de su familia y comunidad con gran solemnidad y respeto, pedía perdón a quienes hubiera ofendido y se iba despidiendo de sus seres queridos y amigos.
Era la época donde escuchar sus últimas palabras era muy importante, por lo que se moría en público, pues el muriente estaba rodeado de toda su familia sin excluir a nadie. Había una aceptación de la muerte, aunque no pacífica, pues llegado ese momento lo asumían como “destino que había que cumplir”, al que se entregaban y esperaban en el lecho yaciente. Y hasta la muerte esperaba a que terminara la celebración de la ceremonia organizada y oficiada por el propio agonizante, en la que todos esperaban su turno para despedirse.
La muerte era parte de la herencia que se pasaba de padres a hijos, por ello era importante que estuvieran todos, aunque fueran niños. La muerte era pedagógica, el muriente enseñaba a cumplir con su destino de muerte a sus hijos, sin dramatismos, se moría con aceptación y seguridad y en la simplicidad de los ritos de la muerte, porque morirse era un evento único, como el nacer, con significado y sentido. En aquélla época había en la comunidad y en las familias niveles altos de integridad moral y humana, aún en el momento de morir.
2º. Periodo: “La Muerte Personal y en soledad”.
Después el Hombre agregó en su relación con la muerte el dramatismo y la muerte dejó de ser una ceremonia familiar, comunitaria o colectiva para ser algo personal en aras de una muerte individual, fabricada por la idea del Juicio Final y Apocalipsis, como un balance entre el “Haber y Deber” de nuestras acciones, mismas que serían juzgadas por la jurisprudencia absoluta e inapelable de un dios justiciero, castigador, rígido e inmutable.
En la iconografía de esta época, Dios es visto como un jurisconsulto omnisciente interesado en las virtudes y al obrar bien del agonizante. Dios y el Diablo se miran la cara y luchan por el alma del moribundo, a quien nadie quiere acompañar en su lecho, su muerte es individual como lo es su juicio de bien o mal obrar en la vida, es una fe religiosa conservadora basada en actos externos más que en actos interiores del espíritu y del corazón del Hombre.
La muerte no es aceptada con paz y sosiego sino que es vivida con angustia, incertidumbre, duda, arrepentimiento y súplica solitaria para pedir perdón por los pecados cometidos durante la vida, el muriente está preocupado por si va para el cielo o al infierno, cuántas buenas o malas obras hizo, de manera que se respira un clima de miedo, desamparo, remordimiento, culpa, etc.
El muriente es abandonado en su lecho de muerte. Desde entonces y generalmente en las clases sociales medias y bajas la muerte ocurre en la soledad de un cuarto del hogar o del hospital comunitario, no así en la clase social alta donde se prefiere que no sea en el hogar ni en presencia de la familia, sino en lo privado, generalmente con una enfermera cerca del enfermo, encargada de avisar cuando ya.
3º. Periodo: “La Muerte Macabra y Siniestra”.
Es la época de la Edad Media donde comienzan a pintarse en las iconografías cuerpos en descomposición, una especie de angustia de fascinación por lo muerto y descomposición de la carne. Se pinta a la muerte en una relación entre lo macabro y el erotismo. En la literatura, Hamlet habla del cuerpo de su padre en proceso de putrefacción y del cuerpo erotizado de su madre por los susurros lascivos de su tío Claudio.
En la época, solía haber máscaras o cuadros de pinturas del rostro o de medio cuerpo del recientemente muerto para ponerlas en la casa. A los muertos se les dejaba la cara destapada. Salvo los nobles y Padres de la Iglesia, todos iban a parar a fosas comunes que se tapaban hasta que se llenaban, como si fueran rellenos sanitarios. Surge la literatura de seres de ultratumba y de almas que no encuentran el “requiescam in pace” condenados a penar y causar espanto y temor entre los vivos por cuentas pendientes.
4º. Periodo: “La Muerte Romántica y Venerada”.
La cara del muerto comenzó a ser tapada, comienzan a verse cementerios en las ciudades, el cuerpo del difunto pasa a ser venerado, se empieza a enterrar con ceremonias solemnes, sus tumbas tienen nombre, existe un lugar a donde llevarle flores o encontrar a la persona que ya no está. La idea es preservar la identidad del que murió, pero al mismo tiempo, lo que preocupa es la muerte del otro, la del ser amado.
Así, el amor queda muy mezclado con la muerte, de aquí que el amor en la literatura de la época se prueba en la muerte, la muerte como exaltación del amor. Romeo se mata por amor al suponer la muerte de Julieta y ella a su vez se mata al percibir la equivocación de la muerte de Romeo. El amor que se resalta aquí es el amor idealizado de novios o frenéticos enamorados que entregan su vida uno por el otro, la muerte se relaciona con el amor y el deseo. Como esa muerte es la del otro, deja a uno de los amantes en posición deseante del que se fue y el que se fue es el único que colmaría ese deseo, pero como está muerto, la muerte deja al sujeto en un desear eterno.
La muerte romántica que se vive es injusta pues se lleva ese objeto que podía llenar al deseo del vivo, haciendo de una romántica historia de amor, una tragedia.
5º. Periodo: “La Muerte Clínica”.
Es la época de la Modernidad donde acontece un cambio dramático en la forma de morir, pues el agonizante no sabe ni puede hacer nada sino morirse sin saberlo. Es la época donde todos deciden por él, al moribundo se le oculta y engaña respecto a la gravedad de su enfermedad terminal.
Los médicos convalidan este no decir a quien se va a morir, que va a morir. De esto trata la novela de León Tolstoi, “La muerte de Iván Illich”: un hombre que se está muriendo enfermo de gravedad, pero al que se le oculta y engaña con la verdad de su enfermedad.
Es la época de auge de la ciencia médica en su lucha contra la enfermedad y la muerte. De morir en el lecho del hogar se pasa a morir en la cama numerada de hospitales, de la muerte amaestrada se pasa a una “muerte de nosocomio y laboratorio” donde el muriente está entubado de pulmones, riñones y demás conductos vasculares para ser llevado a un tiempo de morir que no le pertenece, pues se le alarga la vida artificialmente, no importa que el paciente viva uno o dos minutos más, aunque sea sufriendo y no importando que ya no quiera vivir. La ciencia médica transforma el instante de morir en una suerte de procedimientos, aparatos y sustancias que hoy en día ya no se sabe cómo es la muerte natural, aunque sea por enfermedad.
6º. Periodo: “La Muerte Excluida y Devaluada”.
Esta “muerte clínica” que pasó a ser la “muerte excluida y devaluada” convierte al enfermo en un ser caprichoso, Kübler Ross (2004) cuenta de una anciana quien es reanimada para salvarle la vida. La anciana estaba muy enojada por esto. Le preguntaron por qué estaba enojada si le salvaron la vida. La anciana contestó “Mírame como estoy, no puedo caminar ni me puedo mover y me duele todo; cuando estaba en coma, nadaba, bailaba… y me traen acá”.
Es la época de finales del siglo XXI y de la actualidad donde el Hombre se pregunta qué posición tomar como equipo de profesionales de la salud ante la calidad de muerte de un paciente en estado crítico y fase intensiva aún a costa de lo que tenga que sufrir para que viva lo más que pueda.
Se trata de como profesionales podamos pensar tomando en cuenta el criterio de calidad de muerte, se trata del derecho a tener una muerte digna y sin tanto sufrimiento, entre consciente e inconsciente, que genera una enfermedad terminal en los pacientes, quienes a menudo tienen una peor calidad de muerte que una mascota. A una mascota se le puede administrar una inyección letal cuando ya no tiene probabilidades de vida, cuando está sufriendo de más, entonces sus dueños piensan “es mejor que ya no viva”.
En cambio para los seres humanos, lo que se privilegia es que sigan viviendo al costo que sea, no importando que la mayoría de los pacientes agonizantes hayan llegado a ser un estorbo para quienes luchan por salvarles la vida o simplemente cuidarlos, por ello, la muerte es alejada del hogar y se ubica en el hospital de alta especialidad, en donde se gastan la cantidad de recursos por tratar de excluir la muerte de la vida.
Hoy en día, existe en los medios hospitalarios, cada vez más dotados de tecnologías de punta, una controversia a la que todavía no se pone el punto final respecto a esta corriente de exclusión de la muerte que justifica y sostiene el ideal del “buen morir” o eutanasia ya sea en caso de ser desahuciado, el aborto y la pena de muerte, cada vez son más los pacientes que piden el respeto al derecho de decidir el tiempo de morir, a tener una muerte rápida, sin dolor y sufrimientos prolongados, la donación de órganos a otras personas o con fines de experimentación.
Es a partir del último cuarto de siglo XXI en que la “hora mortis” se ha devaluado, en una cultura “light” lo mismo da que ocurra la muerte hoy o mañana, se vive como si la muerte no existiera, sin pensar en ella, derrochando la vida por todas partes y de distintas maneras; la muerte ha pasado a ser como un artículo de consumo, surge la moda de crematorios lujosos y casas funerarias elegantes, en donde en 48 horas máximo se termina con el duelo y cada vez cuesta menos dinero morirse según la calidad de los servicios funerales en comparación con los gastos médicos del mejor sanatarorio o clínica especializada, en que son atendidos casos de familias privilegiadas.
El cremar al cuerpo del difunto es parte de la negación y exclusión de duelo y de la muerte a nivel social. Con el paso de la “muerte clínica a la muerte excluida” desaparece la noción de duelo como algo público y el duelo pasa a ser algo privado y personal, cada familiar o allegado en duelo tiene que arreglárselas como pueda, ya no es el lazo de consanguinidad con el difunto lo que dispone a los familiares y allegados a vivir el duelo sino los lazos de afectividad y las relaciones sociales significativas entre el enfermo moribundo y sus allegados, —que pueden ser o no familiares— en razón de lo cual es más preciso designarle como duelistas, distinto a los enlutados, (diferenciación que más adelante abordaremos).
La comunidad tiene participación en el duelo sólo desde fuera, desde la forma externa socialmente marcada por el modus vivendi imperante en la sociedad, que impone ciertos condicionamientos, como es la idea de que “morir es a estar muerto como nacer es a estar vivo,” es decir, después de que muere alguien, al igual que después de que nace un nuevo miembro en la familia, se suele sentir alivio, la reunión de familiares y allegados se convierte en una reunión social y las conversaciones varían sus contenidos, pero hablar de la muerte del difunto y de los sentimientos generados en los familiares o allegados ya no es conveniente, se abortan estos sentimientos, se aminora el duelo a base de no interiorizar el significado y sentido que tiene la muerte y pérdida de un ser tan cercano como se supone lo sería un padre para un hijo o viceversa, una pareja conyugal, un hermano, un amigo entrañable.
En las nuevas generaciones del tercer milenio, la familia apenas si tiene tiempo de reunirse para enterrar a su muerto, lo más frecuente es encontrar que son las nuevas disposiciones temporales del sistema laboral que apenas permiten presenciar el entierro del difunto.
4) La fenomenología de la emancipación del hombre postmoderno respecto a la muerte, a pesar de los adelantos biomédicos más recientes, nos muestra luces y sombras en la realidad de la muerte que afronta la humanidad hoy:
a) En la actualidad, en el caso de enfermos terminales morirse es un acto de “solitariedad” o “separatividad”(*), que ocurre en la cama de un hospital, pudiendo ser diferente, se torna cada vez más frío, mecánico y deshumanizado por la actitud de negación y aislamiento no resueltos, propios del inicio de esta experiencia humana, en lugar de hacer sentir al enfermo que no está solo, que merece morir con dignidad consuelo emocional y espiritual y de apoyarle a elaborar los sentimientos y conflictos que trae consigo la experiencia de muerte inminente.
*Concepto definido por E. Fromm (1967) como: “es la conciencia de sí mismo de ser una entidad separada de los demás, conciencia del Hombre de que morirá antes que los que ama o éstos antes que él, la conciencia de soledad, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y sociedad. La vivencia de la separatividad o solitariedad es fuente de toda angustia, culpa y vergüenza. Superar este estado de separatividad mediante el amor es la necesidad más profunda del Ser Humano”.
Los motivos para estar o no cerca del enfermo en el momento de su muerte pueden ser justos y legítimos o turbios y mal juzgados, pero a menudo es insoportable quedarse tanto tiempo junto a un enfermo moribundo. Hay veces que uno se queda dormido y aburre de estar esperando, solo esperando, uno se pone a rezar, cierra el libro, se toma un café o fuma un cigarro y de vez en cuando mira al enfermo para ver si ya, esto puede durar días y noches, entonces uno quisiera poner fin a este espectáculo, ¡qué sencillo es morir, si el que se muere es otro!
Todos nuestros motivos para dejar de visitar, cuidar o acompañar al moribundo, están en uno mismo: no nos gusta estar solos frente a un moribundo y nos cuesta interiorizar el acto de morir, el silencio eterno susurrando en el edificio que acaba de ser abandonado, entonces se comprende que es un gran consuelo no tener que asistir al propio entierro, ya que uno de los horrores de nuestra vida es que tengamos que enterrar a los otros que amamos.
b) Las dificultades, obstáculos y carencias en las relaciones interpersonales e intrafamiliares del paciente terminal, a quien a menudo se le trata como una carga doliente, que solo genera gastos económicos, discusiones y desgaste emocional a sus familiares, digno de lástima y conmiseración encubiertas en una exageración de cuidados y actos de amor enfermizo (apego, pagos de culpa, venganzas, alianzas, etc.) que le asfixian; en lugar de hacer de esta experiencia una responsabilidad compartida y duelo compartido con él y con los demás, dejarlo disfrutar lo que si puede, lo que aún desea, de escuchar con empatía y asertividad sus deseos, opiniones y decisiones para que pueda irse en paz, y a su vez, los familiares puedan considerar la pérdida como algo que les ayude a crecer y a madurar en la responsabilidad de la propia vida.
Considerar y aceptar a la muerte no como un final sino como un principio de ser responsable de la propia vida no es fácil de manejar en el caso de pacientes desahuciados como René un paciente con SIDA que lleva seis meses internado apagándose gradualmente, tumbado en su cama, sin querer comer y aburrido, sin querer hablar. Cuando le pregunto cómo está, me dice que: “ya no quiero continuar viviendo, quiero morir, nada espero de la vida sino la muerte, ahora nada hay mejor que ella, ya no puedo estar acostado o sentado sin que me duela algo, ojalá mi familia decidiera quitarme el tratamiento”, para lo único que habla es para preguntar al médico especialista cuándo le va aplicar la eutanasia, que es la única salida que más desea y que le queda, ¡ya que más da! Le contesto que no se le estaría dando tratamiento si fuera inútil, si todo estuviera perdido. Pero la verdad es que, desde que me lo confesó no se qué más decirle, porque todo lo que le dices es como si lo engullera el agujero negro de su deseo de morir y a toda esperanza de tratamiento él se niega a seguir pues es un enfermo sin pelo, cubierto de agujeros y grietas en la piel que supuran todo tipo de líquidos, miles de orugas gruesas y azules del sarcoma de Kaposi que se arrastran sobre él, las excrecencias en la planta de sus pies y el olor indescriptible de su diarrea.
Se apodera de mí una creciente sensación de repulsión por el martirio desesperante que ha tenido que soportar. Nunca he estado cerca de un sufrimiento tan insoportable como el dolor de su madre y hermanas, que piden el descanso para el enfermo y para ellas.
c) La despersonalización y masificación del enfoque médico-paciente que ocasiona contradicción de los profesionales de la salud en algunos medios hospitalarios, consultorios, estancias clínicas, etc., al determinar las indicaciones médicas relacionadas a los manejos y tratamientos de la enfermedad terminal con grandes carencias en cuanto a sensibilidad, empatía, capacidad perceptiva, asertividad, que demeritan al servicio y atención médica y sobre todo la relación psicológica y espiritual médico-paciente moribundo y familiares.
Afortunadamente no son la mayoría, pero lo que importa es cómo los profesionales de la salud, como seres humanos, han ido aprendiendo de la muerte y del morir, cómo han superado el dolor y sufrimiento humano de sus pacientes moribundos, cómo han podido ayudarles a esperar y enfrentar ese momento del final de la vida.
El doctor Keizer Bert (l996) ha realizado importantes trabajos e investigaciones sobre la muerte y los moribundos en adultos internos en una clínica especializada, al respecto de la relación psicológica y espiritual con los pacientes nos propone una confrontación consciente con la muerte de los pacientes y un trato humano y espiritual con los familiares o allegados duelistas al escucharlos y responder a sus preguntas:
– Doctor: ¿por qué estoy enfermo?
Porque tienes obstruidas tus arterias coronarias.
– Sí, pero ¿por qué yo? Habiendo tanta gente ¿por qué a mí?
Espere, voy a llamar a un sacerdote para que le conteste.
Creo que mucha gente se queda contenta con la idea que el médico les da acerca del porqué están enfermos, incluso cuando se hayan dado respuestas científicas a todas sus peguntas posibles, todavía no se habrá tocado la cuestión fundamental que los motiva: ¿Por qué ahora Yo? Por supuesto, justo entonces ya no quedará ninguna pregunta y precisamente esa será la respuesta: ¡Para el último viaje no es menester equipaje!”.
d) La pérdida del sentido humano y espiritual/religioso del dolor, sufrimiento y muerte en los pacientes terminales y sus familiares en duelo: el vivir una Experiencia de Dios o relación con Dios y la vivencia de su amor como personas, es un factor de suma importancia para atravesar esta crisis del fin de la vida.
Del crecimiento y conversión de una vida de Fe infantil a una Fe madura y auténtica, tanto en el enfermo como en sus familiares, dependerá que se les pueda ayudar, de un lado, al paciente a vivir con paz y gozo liberador su proceso de morir y muerte no obstante el dolor, y por el otro, a los familiares en su proceso normal de duelo. Es de mucha utilidad tener una creencia auténtica en Dios, que no depende de religiones ni filosofías.
No se trata de ayudar al moribundo a vegetar su agonía, muchas veces dolorosa y a la espera irremediable de que ya llegue el desenlace final, la muerte, algunas veces deseada por el enfermo y otras por sus familiares, quienes sufren de impotencia ante la agonía de su ser querido, sino de apoyarlos psicológicamente a que lleguen a una aceptación de la muerte sin negar el dolor y a que espiritualmente tengan confianza para morir y duelar en manos Dios.
Nuestra tarea es hacerles ver que tienen alguien en quien apoyarse para favorecer ese Encuentro personal, íntimo y definitivo con Dios en la travesía de la última experiencia de la vida, la de morirse y hacer del duelo por la pérdida de la vida y de las experiencias tan significativas, que descubren en el dolor y sufrimiento de la enfermedad, una experiencia oblativa y dichosa, pues el acontecimiento más grande en la vida del hombre ha llegado a ser el de su muerte.
En conclusión, el problema de la muerte es un problema de vivos, el aprender a aliviar el sufrimiento humano ante la muerte o por la pérdida de la vida y a cerrar sana y maduramente experiencias de duelo por diferentes clases de pérdidas durante el ciclo vital en el hombre: de nacer, crecer, reproducirse, madurar, envejecer y de morir, ya que no podemos ayudar humana ni espiritualmente al paciente de una enfermedad terminal mientras no adquiramos conciencia de la propia muerte y del propio sufrimiento ante la enfermedad, de las reacciones y emociones que nos suceden en nuestra propia intimidad al sabernos mortales y susceptibles de alguna enfermedad degenerativa.
Racionalmente esta experiencia la podemos concebir como cualquier conocimiento gracias a la tanatología, sin embargo, el corazón sufre al llegar ese momento de morirnos o de morirse nuestro ser amado, pero ¿por qué nos duele tanto?, ¿por qué nos afecta el morir o separarnos para siempre de nuestros seres amados? Experimentamos el entrecruzamiento de sentimientos opuestos: por un lado, los sentimientos provenientes de saber que la muerte es un paso obligado a la vida eterna, y por el otro, los sentimientos de tristeza, dolor e impotencia ante el alejamiento o partida. No se trata de desechar uno y vivir el otro.
El negar los sentimientos de dolor ciertamente los intensifica, pero el aceptarlos y dejarlos correr por nuestro ser y alma, el llorarlos, gritarlos y compartirlos los hace sanar, aliviar. Podemos trascender esta experiencia cuando la aceptamos, pero no cuando la negamos y eludimos, tal vez el participarlo con DIOS y otros quienes nos acompañan, nos haga entender que la muerte y el morir es un camino transitado por muchos y ahí residirá el valor que le damos a la muerte como parte de la vida.
La falta del aprendizaje de la experiencia de morir, que por lo general se reprime o elude, es lo que crea este problema al ser humano de hoy, no es la muerte en sí ni su desconocimiento, sino más bien la conciencia de dolor y sufrimiento que tenemos de la propia muerte: los animales se defienden de la muerte o aniquilamiento por instinto innato de sobrevivencia o desarrollando nuevas resistencias bioquímicas a los efectos de insecticidas en su cuerpo, en cambio el hombre si puede saber lo que es su propia muerte y sabe que muere con la muerte de algún hijo o ser muy amado “cuando le va sucediendo o cuando la muerte va dándose, viviendo y muriendo” irremediablemente momento a momento, paso a paso, quiérase o no, sin importar credo, sexo, raza, status o condiciones humanas sabemos de la finitud de la vida.
Finalmente, es importante dentro de este primer acercamiento, que las personas que realizan el trabajo de brindar asistencia psicológica y acompañamiento espiritual a los pacientes con una enfermedad terminal y familiares en duelo pueden trabajar las propias motivaciones inconscientes que les mueven, las razones conscientes a las que aducen y aflorar sus sentimientos y emociones personales ante pérdidas pasadas y duelos inconclusos en su historia personal, por dos razones: una tiene que ver con la propia salud mental y la otra con la calidad del acompañamiento brindado tanto psicológica como espiritualmente a los enfermos y familia.
* * *
Creer que con la muerte se acaba todo.
Dijo un gran filósofo: “De todas las cosas terribles en la vida, la más temible es la muerte”, porque nunca había oído hablar de aquél que levantó a los muertos y venció a la muerte de la cruz con su Resurrección. Este filósofo es Aristóteles, quien tampoco había oído aquél axioma del Espíritu Santo que dice “Bienaventurados los que mueren en el Señor” ni había oído decir al apóstol Pablo suspirando “mi vida es Cristo y el morir por Él y su evangelio me será una ganancia”. Muchos todavía creemos que con la muerte se acaba todo porque no abrigan aquella esperanza que la Fe en Cristo inspira y sienten horror y abominación de su muerte, muchos que habiendo aprendido las verdades de la religión cristiana y que hacen profesión de ella, temen tanto a la muerte y desconfían de las promesas de Cristo después de la vida terrenal. La generalidad de los mortales experimentamos este miedo y evasión a la muerte propia por falta de Fe y el apego desordenado a las cosas mundanas porque somos “hombres creyentes”, pero ser “Hombres de Fe” es otra cosa. Nos cuesta tanto tener plena confianza en aquello que dijo el Apóstol Pablo: “Así sea que ora vivamos, vivimos para el Señor, así sea que ora muramos, morimos para el Señor”.
(Erasmo de Róterdam)