San Pío X
“La abolición del veto en los Cónclaves”
Inclinando la cabeza bajo el formidable peso de la Tiara, el patriarca de Venecia había tomado el nombre de “Pío” en memoria de los Papas de este nombre que, en el último siglo habían mayormente sufrido por la causa de la Iglesia: Pío VI, Pío VII, Pío IX. Pero, junto al reflejo de estos atribulados Pontífices, debía revivir en el no solo la piedad de un Gregorio el Magno y la sabiduría de un Inocencio III, sino también el indómito coraje y la invicta firmeza de un Hildebrando.
Y el mundo pudo ver pronto cuan sorprendente energía ocultaba el nuevo Papa en la dulzura de su corazón y bajo la humilde tristeza de su rostro.
Ya el soberano de uno de los más poderosos Estados Europeos –el Emperador de Austria y Hungría- creyendo tener derecho para hacer sentir su influencia política en el Cónclave de Pío X, había opuesto- como antes hemos visto ya – por medio del cardenal de Cracovia, su “veto” a la candidatura del cardenal secretario de estado de León XII.
Aquel intolerable atentado contra la libertad del Sacro Colegio en una de sus más graves y solemnes deliberaciones había despertado la indignación de todos los cardenales.
El cardenal Sarto no olvido aquel audaz y absurdo comportamiento y, una vez elegido papa, con un gesto de energía, no dudo en hacer una sumaria justicia en todas las injerencias del laicismo en los asuntos de la Iglesia.
El 20 de enero de 1904 fulminaba la excomunión, reservada “de especial modo” al Papa, contra cualquiera que se atreviera a presentar en los Cónclaves el “veto” o se hiciera cómplice del mismo en cualquier manera.