Guardia de Honor
“Intercesión perpetúa por los Vivos y los Muertos”
“oren los unos por los otros para que sean salvados; porque la oración continua del justo es poderosa cerca de Dios.”
Es una práctica grata a todos los amantes del Corazón de Jesús, el reunirse en espíritu en ciertos días y a ciertas horas junto a este Corazón Sagrado, para rendirle los homenajes de adoración, amor y reparación. Y suele ser tan grande el sabor que se siente en estas reuniones; que se quisiera poder multiplicarlas y propagarlas, para imitar de alguna manera en la tierra, el cantico de los Ángeles, que no cesa jamás en el cielo.
Los fieles guardias de honor divididos en muchos grupos se suceden con regularidad cerca del Corazón de Jesús, se revelan de hora en hora en este puesto de amor que jamás debe quedar vacio, y cumpliendo cada cual con este piadoso oficio de adoradores, lo llenan todos constantemente. En cada momento es la familia entera que rodea a su Divino Maestro y le rinde sus homenajes y este concierto como el de los ángeles, nunca se interrumpe; transmitiéndose y enviándose los diversos grupos de la guardia de honor, el cantico de adoración y oración: incesantemente nuestras voces proclaman: Santo; Santo; Santo es el Señor Dios…
Y en este himno sin fin, ¡que variedad y que tierna armonía reinan! Los unos adoran a Aquel que reina en los cielos y reside en el Sagrario; los otros cantan sus alabanzas o se entregan a los santos transportes del amor divino; estos lloran por sí mismos y detestan sus propias faltas y solicitan su conversión; todos, en fin, reuniéndose en una común oración, los otros, imitan a los santos mártires que exclamaban: “Señor, hemos entrado cuarenta a la guerra; que ninguno desfallezca en el combate.”
¡Qué espectáculo tan encantador! ¡Cuánto tenemos de que alegrarnos y animarnos! Pues debe ser muy poderosa para con Dios la oración de este ejército suplicante; cuya voz no cesa jamás de subir hasta el trono de la infinita majestad, para pedir misericordia, darle gracias y bendecirla.
Llega un día en que la tentación me estrecha, la enfermedad me aflige, la tristeza me agobia… pero sé que, en ese momento, uno de los grupos de la guardia de honor ora, y pide por mí las gracias que necesito; y éste pensamiento me anima y fortifica.
O bien, siento que mi corazón esta frio y mi oración tibia; que mis comuniones las hago sin fervor, y la acción de gracias sin amor; pero me acuerdo de que en esa hora hay guardias de honor que practican las mismas obras con un fervor edificante, y luego exclamo: “Dios mío, yo me uno a ellos y te ofrezco sus actos de adoración, de amor, de reparación; te ofrezco sus oraciones y sus buenas obras para que suplan lo que yo hago tan mal.”
¿No es verdad que este pensamiento anima y que debe hacernos apreciar más la dicha de pertenecer a la guardia de honor del Sagrado Corazón de Jesús?