La esperanza, la luz que brilla en las tempestades.
Con gran alegría muchos hogares católicos inician su primera semana de adviento. El cirio morado de la corona de adviento irradió la primera luz que llena de esperanza los hogares, deseando que en todo el mundo se sienta ese bendito deseo. Jesús nos dice muy claro: “Yo soy la luz del mundo”, la luz disipó aquella oscuridad que invadía a la tierra ante de la creación del mundo. Cristo nos dice que la luz se pone en lo alto del candelero para que alumbre a todos y así es este tiempo, cristo es para todos.
Por muy densas que sean las tinieblas, por muy oscuras y tenebrosas la voz del salmista refleja la condición de los hombres que esperan la actuación diaria de Jesús salvando a los hombres: Sal 23:4 Aunque fuese por valle tenebroso, ningún mal temería, pues tú vienes conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan.
En esa esperanza nos cimentamos y reconocemos que somos de Cristo Jesús, somos esa iglesia que camina en Cristo, esa iglesia que alimentada cada día con su cuerpo y sangre cree y se rinde ante tal sublimidad, no podemos estar lejos de él, moriríamos de angustia, de pena, de tristeza, de melancolía, no podemos nada sin él, las fuerzas no son suficientes y por eso ponemos en él toda nuestra esperanza:
Jn 15:5 Yo soy la vid, ustedes los sarmientos: quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer nada.
Es tiempo de regresarle la confianza a nuestra iglesia, independientemente de todo lo negativo, no hay comparación con la corrupción de los gobiernos, hoy incluso le dicen muchos que esta ingobernable nuestro país, no se compara con el hambre desencadenada de los monopolios, no hay comparación contra la violencia que amarga la vida de los hombres con el crimen organizado en pleno batallón y la perdida de la verdad, esa es la que más duele, los hombres, instituciones, negaron la verdad, pues aun así, sigue Cristo Jesús firme: Yo soy el camino, la verdad y la vida.
La esperanza se levanta como aquel Dios grande y poderoso que tenemos, que calma esas tempestades que buscan hundirnos en las tinieblas: Lc 8:24 Entonces fueron a despertarlo y le dijeron:
–¡Maestro, que nos hundimos! Él se despertó e increpó al viento y al oleaje; el lago se apaciguó y sobrevino la calma.Esa luz de ese cirio morado, brilla ahí en el templo donde se celebra la santa eucaristía y el cantico de bienvenida se oía: “Ven, Ven Señor no tardes, ven que te esperamos”, luego se cita el santo evangelio Mc 13, 32-36 que nos exhorta a estar alertas y no dejar que pase el Señor, que su paso en este día 25 no sea estéril: Gen 18:3 dijo:
–Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo.Parece que diciembre es mágico, todo se transforma en un ambiente lleno de tradición, la iglesia intensifica su trabajo pastoral y evangelizador, los arreglos navideños y todo un entorno de que se espera verdaderamente a alguien, hace que tome un colorido maravilloso, es Jesús dirían aquellos hombres de los años 30 al 33 del siglo primero, es Jesús de Nazaret, no hay otro evento más importante y vaya que el 12 de diciembre se celebra en México a la madre de él, el nombre de Jesús sale de las gargantas y los canticos de arrullamiento, pero al final la mejor esperanza es aquella que culmina con su encuentro, como al ciego de Jericó, queremos ser esos ciegos para que nos ilumines con tú luz en nuestras tempestades:
Lc 18:38-43 Él gritó: –¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! Los que iban delante lo reprendían para que callase. Pero él gritaba más fuerte: –Hijo de David, ten piedad de mí. Jesús se detuvo y mandó que se lo acercasen. Cuando lo tuvo cerca, le preguntó: – ¿Qué quieres que te haga? Contestó: –Señor, que recobre la vista, Jesús le dijo: –Recobra la vista, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y le seguía glorificando a Dios; y el pueblo, al verlo, alababa a Dios.
No hay nada más importante que adorar a Dios, alabarle por su bendita salvación a nuestro Señor Jesús y que el acoge nuestra esperanza haciendo realidad para los que creen, haciéndolo Señor de nuestra vida, luz que penetra el alma.