Nacido hacia 1313; muerto en Radonech (Moscú) el 22 de septiembre de 1392.
Si se le considera el santo nacional de Rusia, es porque a la vez tomó parte de la formación de ese país y por la huella que dejó en la piedad rusa. Toda su existencia transcurrió mientras sus compatriotas de hallaban bajo el yugo mongol.
Nacido en el seno de una familia de boyardos, a los veintidós años de edad se fue a vivir en el inmenso bosque que se extendía al norte de Moscú. Estuvo ahí especialmente en la única y amistosa compañía de los osos y de los pájaros, pero sobre todo aquella a la que se refiere Jesús cuando dice: “Aquel que me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn. 14, 23). Hasta el día en que una docena de monjes le pidieron compartir con él ese género de vida. Sergio consintió y construyó junto con ellos, en Radonech, el célebre monasterio de la Trinidad, el que sirvió de modelo para todos los monasterios que se fundaron después en el norte de Rusia, Sergio lo gobernó durante cincuenta y cinco años. Se daban cita ahí los príncipes cuya desunión favorecía a la dominación mongola. Sergio los reconcilió y les hizo reconocer la primacía de Dimitri Donskoi, gran duque de Moscovia. Fue gracias a su influencia como lograron unirse para lograr la famosa batalla de Kulikovo (1380), en donde la victoria de Dimitri sobre Mamai, Kan de la Horda de oro, señaló al principio de la liberación nacional.
Sergio era dulce, humilde austero y lleno de bondad para todos. Poseía, se dice, el don de los milagros, predecía el porvenir y recibía frecuentes visitas de la Virgen María. En abril de 1392, anunció que moriría seis meses mas tarde y guardó a partir de ese momento un silencio absoluto. Solo lo rompió el día de su muerte para decir a sus monjes que siempre los amaría y que continuaría orando por ellos.