“DIOS ME MANDÓ A EGIPTO PARA SALVARLES LA VIDA”.

Entonces se adelantó Judá y le dijo: “Permite, señor mío, que pueda tu siervo decirte algunas palabras sin que te enojes contra mí, aunque tú eres como Faraón.
Tú, mi señor, preguntaste a tus siervos la otra vez: “¿Tienen todavía padre o hermano?”
y nosotros contestamos: “Tenemos todavía nuestro padre muy anciano, con un muchachito que le nació en su vejez. Este tenía otro hermano, hijo de la misma madre, pero murió y le queda sólo ese hijo de ella. Por esto su padre lo quiere mucho.
Después nos dijiste: “Que baje aquí con ustedes, y que yo mismo lo vea.
Y tú nos dijiste: “Si su hermano menor no baja con ustedes, no los admitiré en mi presencia.
Subimos entonces a casa de nuestro padre y le dijimos tus palabras.
Y cuando nos pidió: “Vuelvan a comprar algo de comida”,
nosotros respondimos: “No podemos ir, a menos que vaya con nosotros nuestro hermano menor, porque no nos recibirá aquel hombre si nuestro hermano menor no está con nosotros.
Entonces nuestro padre nos dijo: “Ustedes saben que mi esposa me dio dos hijos.
Uno se me fue, al que no he vuelto a ver, y creo que habrá sido despedazado por las fieras.
Si ahora llevan de mi lado también a éste y le sucede alguna desgracia, me moriré de pena en mi ancianidad, y será por culpa de ustedes.
A este punto José no pudo ya contenerse más delante de toda aquella gente que estaba con él, y gritó: “¡Salgan todos de aquí!” No quedaba ninguno cuando José se dio a conocer a sus hermanos,
pero rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios y los servidores de Faraón.
José dijo a sus hermanos: “Yo soy José. ¿Vive aún mi padre?” Ellos quedaban tan aterrados de verlo que no podían responderle.
El les dijo: “Acérquense”, y se acercaron. “Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a los egipcios.
Pero no se apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado aquí delante de ustedes para salvarles la vida.

Entonces se adelantó Judá y le dijo: “Permite, señor mío, que pueda tu siervo decirte algunas palabras sin que te enojes contra mí, aunque tú eres como Faraón.
Tú, mi señor, preguntaste a tus siervos la otra vez: “¿Tienen todavía padre o hermano?”
y nosotros contestamos: “Tenemos todavía nuestro padre muy anciano, con un muchachito que le nació en su vejez. Este tenía otro hermano, hijo de la misma madre, pero murió y le queda sólo ese hijo de ella. Por esto su padre lo quiere mucho.
Después nos dijiste: “Que baje aquí con ustedes, y que yo mismo lo vea.
Y tú nos dijiste: “Si su hermano menor no baja con ustedes, no los admitiré en mi presencia.
Subimos entonces a casa de nuestro padre y le dijimos tus palabras.
Y cuando nos pidió: “Vuelvan a comprar algo de comida”,
nosotros respondimos: “No podemos ir, a menos que vaya con nosotros nuestro hermano menor, porque no nos recibirá aquel hombre si nuestro hermano menor no está con nosotros.

Uno se me fue, al que no he vuelto a ver, y creo que habrá sido despedazado por las fieras.
Si ahora llevan de mi lado también a éste y le sucede alguna desgracia, me moriré de pena en mi ancianidad, y será por culpa de ustedes.
A este punto José no pudo ya contenerse más delante de toda aquella gente que estaba con él, y gritó: “¡Salgan todos de aquí!” No quedaba ninguno cuando José se dio a conocer a sus hermanos,
pero rompió a llorar tan fuerte que lo oyeron los egipcios y los servidores de Faraón.
José dijo a sus hermanos: “Yo soy José. ¿Vive aún mi padre?” Ellos quedaban tan aterrados de verlo que no podían responderle.

Pero no se apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado aquí delante de ustedes para salvarles la vida.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México