” Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y así, porque eres tibio, y no caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca. Porque dices: ” Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo “. ( Apoc. 3, 15-17)
Etimológicamente la palabra tibio procede del latín, tepidus, significa templado, algo que va perdiendo calor. Figurativamente indica a la persona descuidada, floja, poco fervorosa y negligente. Desde el punto de vista ascético la tibieza se describe como una disposición del alma que se caracteriza por un retraimiento voluntario de los actos piadosos; es una enfermedad espiritual de la voluntad que ocasiona una disminución de la caridad, que a su vez lleva a una vida de piedad sin fervor, a no luchar con decisión contra los propios defectos, y a no desear progresar en las virtudes.
Santo Tomás de Aquino enseño que la tibieza ” es una cierta tristeza por la que el hombre se vuelve tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan”.
El catecismo de la Iglesia Católica dice: “Es una vacilación o negligencia en responder al amor divino” (n. 2094).
La tibieza es una enfermedad del alma que padecen algunas personas durante poco tiempo o por muchos años, debido a una falta de lucha espiritual. Estas personas se dejan vencer por la pereza, el egoísmo y el desamor a Dios y al prójimo. Tienen una vida espiritual muy débil.
Es conveniente diferenciar lo que es la tibieza de una enfermedad física o de un cansancio debido al exceso de trabajo o a la aridez espiritual.
San Juan de la Cruz dice: ” No se halla gusto ni consuelo en las cosas de Dios, ni tampoco en alguna de las cosas creadas….” Por lo tanto, la tibieza no debe confundirse con la enfermedad, ni con el cansancio, ni con la aridez espiritual.
La tibieza tiene estos efectos: conduce a la indifencia espiritual, a la falta de diligencia para servir a Dios y al prójimo, apaga la energia de la caridad, lleva a la comodidad y al aburguesamiento.
Esta enfermedad espiritual surge cuando un católico abandona la lucha espiritual, no reza, no hace pequeños sacrificios, ni obras de misericordia, ni frecuenta los Sacramentos.
La tibieza es un gran peligro para el alma.
” Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y así, porque eres tibio, y no caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca “.
Con esta metáfora Dios no desea almas frías alejadas de Él: privadas de la gracia, a las cuales, por la mala voluntad o por ignorancia, no les interesa la religión, o son ateas o viven como si Dios no existiera.
Las personas que se encuentran en estado caliente o hirviendo son hombres y mujeres enamorados de Dios, encendidos en la caridad, en la esperanza y en la fe: tienden día tras día a crecer espiritualmente aspirando a la santidad; su caridad es ferviente, diligente, entregada y pronta para realizarse con alegría todo lo que pertenece al servicio de Dios y del prójimo.
La persona tibia tiene crisis de fe, de esperanza y de caridad, por tal motivo, ve a Jesucristo de modo desfigurado como un personaje. En realidad es la pereza, la indiferencia, la tristeza y el desaliento que la van alejando de Dios.
El alma tibia pierde prontitud y la alegría para servir a Dios y al prójimo, porque su fe está dormida, su esperanza está cansada y su caridad se ha enfriado. Se acerca a Dios con regateos, reflejando un sentimiento perplejo: “Te doy, pero no te doy”; es decir, quiere servir a Dios y al mismo tiempo al propio egoísmo.
Julio Baduí Dergal.