Dios y el sufrimiento humano.
Con alguna frecuencia se escucha la pregunta: ante tanta violencia y sufrimientos como los que experimentamos hoy ¿dónde está la mano providente del Dios de la misericordia? ¿por qué Dios no aparece deteniendo la agresividad de los sicarios y de los “señores de la muerte”?
Estas y otras muchas preguntas más se pueden hacer, expresando el escándalo humano ante el dolor y el sufrimiento fruto del mal; para quienes somos creyentes, estas son preguntas que nos inquietan y que no podemos eludir. El Papa Juan Pablo II afirmó que “el sufrimiento humano produce compasión, despierta respeto y nos conduce a una atmósfera de misterio”.
En verdad la realidad del sufrimiento es de por sí “misterio”. El mal es oscuridad, enigma y, en cierto sentido, es un absurdo. En el libro de Job oímos el grito de un justo que se siente confundido y no acierta a conciliar la bondad de Dios con tantos males que caen sobre la cabeza de quien no tiene conciencia de pecado.
En la antigüedad clásica algún filósofo resumió así su objeción: “Si Dios quiere quitar el mal del mundo y no puede, entonces es débil; si puede y no quiere, entonces es perverso; si ni quiere ni puede, entonces es débil y perverso”.
En la Sagrada Escritura no se oculta el grito del hombre que pregunta y lanza su clamor desesperado: ¿“Por qué”? ¿Hasta cuándo”. Esta es la súplica que frecuentemente escuchamos en diferentes salmos. Aunque el mal encierra una atmósfera de misterio, no quiere decir que no podemos encontrar una base de racionalidad que nos permita iluminar, de algún modo, el proceder de Dios.
En la Sagrada Escritura aparece con claridad que Dios no produce el mal; no hay un principio divino que da origen al desorden y al caos, como lo afirman algunas religiones paganas. La Biblia nos enseña que el mal crece en el ejercicio desordenado de la libertad humana que Dios toma en serio. El hombre no ha sido creado como los astros, con leyes rígidas y sujetas a los mecanismos de la dinámica celeste. Dios respeta la libertad humana; el hombre no es esclavo de Dios, sino persona capaz de responder con gratitud y afecto, pero también capaz de cerrarse a la relación con Dios y producir el desorden y el mal.
Frente a la libertad humana Dios no es neutral o indiferente, Él interviene de dos maneras. Primera: ofreciendo y sosteniendo con su gracia al hombre, como puro regalo; frecuentemente dando el abrazo del perdón y de la misericordia. Segunda:Ejerciendo su amor con la fuerza de la justicia, cuyos caminos no se encierran en el arco estrecho de la vida terrestre, sino que se extienden también al destino eterno del hombre. Podríamos referirnos aquí a la acción purificadora del sufrimiento y al tema del juicio final.
Con todo, hay que ser sinceros: hay males que no son resultado ni consecuencia de pecados ni de la perversión humana y que quedan siempre en el ámbito del misterio. No tenemos respuestas a preguntas que nos hacemos, como cuando suceden las grandes catástrofes naturales que producen tantos destrozos, sufrimiento y muerte. No podemos responder con los criterios estrechos de los amigos de Job que consideraban reo de graves culpas a quien le habían sobrevenido tanto daño y sufrimiento. No podemos meter a Dios en la pequeñez de nuestros pequeños juicios humanos (N. B. Eso creo, eso he dicho siempre cuando me preguntan al respecto, no obstante las expresiones en sentido contrario que me han sido adjudicadas por la perversidad de algunos medios de comunicación)
Finalmente para nosotros los cristianos es un faro de luz mirar la figura de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre; Él ha pasado por la experiencia del dolor y de la muerte dejando una semilla de luz, de vida, de gozo, de eternidad y salvación en las tinieblas caóticas del mal
Con la entrada de Cristo al mundo no ha desaparecido ciertamente el dolor y la muerte, pero ya está echado el grano de trigo en el surco y ya está rompiendo la costra de la tierra el pequeño tallo de la espiga que nos anuncia la esperanza definitiva de la resurrección.
Dice un teólogo: “El amor de Dios no me protege de todos los sufrimientos. Sí me protege en cada sufrimiento”. Y hermosamente dice Paul Clodel: “Dios, en Cristo, no vino a explicar el sufrimiento sino que vino a llenarlo de su presencia”.
+ José G. Martín Rábago
Arzobispo de León