Mensaje de Navidad de nuestro Arzobispo: Excmo. José Guadalupe Martín Rabago.
NO TEMAN, QUE VENDRÁ EL SEÑOR Y NOS SALVARÁ
Navidad es la fiesta de los regalos y de los encuentros familiares.
Navidad es el tiempo que nos devuelve a los mejores recuerdos de la vida.
Navidad: celebración evocadora, sugestiva e indefinible.
Sin quitar todo lo que nos trae la Navidad de significados que tocan aspectos humanos que conservamos en los pliegues más íntimos del alma, la Navidad no se agota en lo puramente temporal; la Navidad es mucho más que eso.
Lo más verdadero de la Navidad sólo lo podemos captar desde la fe, porque es la certeza de que Dios se ha decidido a vivir toda la grandeza y la debilidad de nuestra carne humana. Dios se ha hecho nuestro, hombre como nosotros, para hacerse solidario y cercano, para elevamos a vivir como hijos de Dios.
Esta es la afirmación que Fundamente nuestra dignidad, la más alta a la que podemos aspirar; porque nos llamamos y somos de verdad hijos de Dios, hermanos en el Hijo amado del Padre, el primogénito entre muchos hermanos.
Navidad en tiempos de crisis
La Navidad del presente año ¿podrá ser una llamada a levantar los corazones y a creer que un futuro mejor todavía es posible? Un malestar ronda las mentes y los corazones en el ámbito nacional; ¿se podría llamar pesimismo? ¿es sensación de impotencia, de descontento de la vida que nos ha tocado vivir? ¿estamos deprimidos? No es fácil encerrar en una palabra el malestar que muchos experimentan; hay quien lo llama “depresión colectiva”, cultivada por el torrente de malas noticias, por imágenes de violencia que nos duelen, por hechos que nos avergüenzan y que nos irritan, y ante los cuales se ahonda todavía más el sentido de nuestra impotencia.
Respirar este clima malsano nos paraliza, nos incapacita para aspirar a metas superiores y nos devalúa como personas.
Estos son tiempos para crecer en lo que nos puede aportar la esperanza teologal.
Navidad, certeza de sabernos amados por un amor mayor que nuestras frustraciones
Los que tenemos fe escuchamos durantes este tiempo de Navidad la proclamación de certezas que nunca debemos olvidar. Son palabras que nos invitan a levantar los corazones porque nos garantizan el compromiso inconmovible de Dios, de un Dios que nos asegura que podemos esperar, aunque aparentemente ya no tenemos nada más que esperar por el momento histórico que vivimos.
Cómo resuena fuerte hoy y para nosotros, la voz del profeta Isaías: “Digan a los cobardes de corazón: sean fuertes, no teman. Miren a Dios que viene en persona y los salvará” Es esta certeza la que cambia el desánimo en optimismo, la que nos invita a cultivar el gozo: “Alégrese el cielo, goce la tierra, rompan a cantar montanas, porque el Señor, nuestro Dios va a venir y se compadecerá de los desamparados” (Isaías).
Ante las situaciones que nos agobian, ciertamente podemos y debemos exigir
mayor eficiencia de quienes nos gobiernan, pero “Si no podemos esperar más de lo que nos ofrecen las autoridades políticas y económicas, nuestra
vida se ve avocada a quedar muy pronto sin esperanza” (Benedicto XVI).
La Navidad, centrada en el Niño que nos nace en Belén, es le certeza de que con Él ha entrado en el mundo la verdad, el amor y el bien; Él es el cumplimiento de las promesas de Dios en las que encontramos ánimos en los momentos de nuestra vida. Debemos buscar con inteligencia las raíces de nuestros males y ser valientes y decididos para ponerles remedio; pero, desde la fe, debemos confiar en el poder salvador de Dios y orar con insistencia: “Acuérdate de nosotros, Señor, por amor a tu pueblo. Visítanos con tu salvación. Ven, Señor, y no tardes. Ven a visitar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte” (Isaías).
Con la oración de la Iglesia pediremos la venida del Dios que quiere hacer camino con nosotros: “Oh Emmanuel, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor, Dios nuestro”.
La esperanza en Dios, fundamento del compromiso cristiano
Vivir con sentido de esperanza cristiana no es mantenemos en actitud de pasiva resignación y dejar de lado la responsabilidad de nuestro compromiso eficiente y perseverante.
Porque somos creyentes confiamos en que Dios tiene para nosotros proyectos de vida y no de muerte; por eso tenemos valor para levantamos y luchar para hacer posible un mundo en el que la vida sea respetada, la paz consolidada y la justicia y el amor normas de conducta humana.
Concreticemos la esperanza navideña en compromisos posibles y verificables. Construyamos en nuestras familias un “Belén” donde se respire el perdón, la reconciliación y la fraternidad. Eduquemos a los niños, a los adolescentes y jóvenes en la convicción de que vive mejor no quien se encierra en su egoísmo, sino quien descubre la felicidad en el servicio hecho con gozo. Dejemos de lado la apatía y la irresponsabilidad y seamos activos constructores de un mundo en el que todos tengamos lo necesario para vivir con dignidad, por medio del trabajo diligente y la justa remuneración.
Que nuestros ojos contemplen al Niño de Belén y descubran en su sencillez el modelo del hombre según el proyecto de Dios; ese es Jesús el cual vino no para ser servido, sino para servir y dar su vida por nosotros.
Démonos tiempo para el silencio y la reflexión. Imitemos el ejemplo de María, la mujer que conoció a pobreza, la persecución y el exilio; pero, fuerte en la esperanza que no defrauda, conservó la confianza en Dios y supo hacer de su vida un canto de bendición y alegría: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su sierva”.
A toda la familia Diocesana le deseo que mantengamos en ALTO LOS
CORAZONES y podamos decirnos convencidos:
¡FELICIDADES, FELIZ NAVIDAD!
León, Gto. Navidad del año 2010.
José G. Martín Rábago
Arzobispo de León