SAN JUSTINO MARTIR
(100 – 168)
San Justino. Nació en Palestina, en la ciudad de Flavia Neápolis (actual Nablus, en Cisjordania); llamada Siquem en el Antiguo Testamento. Considerado como el Padre apologista griego más importante del siglo II y una de las personalidades más noble de la literatura cristiana. De padres paganos y origen romano, hombre de su tiempo fue filósofo, santo y mártir. Tres dimensiones de la vida humana cada una de las cuales es suficiente para dignificarla, se realiza con plenitud, conciencia y autenticidad.
San Justino cumplió con las tres. Como filósofo, amó la verdad y se entregó a su estudio; como santo, respondió con virtudes a la gracia suficiente, difundiendo la verdad con el ejemplo de su vida tanto o más pulcramente que con sus escritos; y como mártir confesó con valentía y serenidad, pero sin jactancia, su fe en Jesucristo, negándose a sacrificar a los ídolos.
La búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su conversión al cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.
Llegó a Roma en el reinado de Marco Aurelio (138 -161) y allí fundó la primera escuela de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el prefecto Rústico y por el solo delito de confesar su fe, fue condenado junto con Caritón, Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano a muerte probablemente en el año 165. Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad
De sus variados escritos, dos de sus Apologías escritas en defensa de los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y en la obra titulada Diálogo con el judío Trifón que es el más importante de éstos escritos apologéticos, defiende la fe cristiana de los ataques del judaísmo. La argumentación de Justino se apoya mucho ahora en el Antiguo Testamento, donde expone que la ley de Moisés era provisional, mientras que el cristianismo es la ley nueva, universal y definitiva y explica porque hay que adorar a Cristo como a Dios y describe a los pueblos que siguen a Cristo como el nuevo Israel. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y mitología paganas – que se propone refutar – y de las doctrinas filosóficas más en boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje cultural de paganismo; su valentía para anunciar a Cristo – sabiendo que se jugaba la vida – y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es sólo una y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos.
Los escritos de Justino son también importantes en cuanto nos dan a conocer las formas del culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se refiere a la celebración del bautismo y de la eucaristía. Describe la celebración eucarística que tiene lugar después de la recepción del bautismo, y la de todos los domingos; el domingo, dice, se ha elegido porque en este día creó Dios el mundo y resucitó Cristo. Primero se hace una lectura de los Evangelios, a la que sigue la homilía; después se dicen unas oraciones rogando por los cristianos y por todos los hombres, seguidas del ósculo de paz; luego viene la presentación de las ofrendas, su consagración, y su distribución por medio de los diáconos. El pan y el vino, consagrados, son ya el Cuerpo y la Sangre del Señor, y esta ofrenda constituye el sacrificio puro de la nueva ley, pues los demás sacrificios son indignos de Dios.
La vida de San Justino es un testimonio palpitante de cómo ha de vivir su fe un filósofo cristiano. Cierto que su tiempo no es el nuestro, ni su circunstancia la que hoy nos rodea, ni su estadio es como nuestro anfiteatro; pero no es menos cierto que la situación radical es y seguirá siendo análoga o muy semejante hasta el final de los tiempos.
San Justino despliega sus actividades con una sencillez, entusiasmo y sinceridad que sorprende.
San Justino al igual que sus amigos declara que ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada mas honroso que ofrecer su vida en sacrificio por proclamar el amor que siente por Nuestro Señor Jesucristo.
Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza.
“Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.