Escribe al ángel de la Iglesia de Sardes: Así habla el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas:
Conozco tus obras; te creen vivo, pero estás muerto.
Despiértate y reanima lo que todavía no ha muerto, pues tus obras me parecen muy mediocres a la luz de Dios.
Recuerda lo que recibiste y oíste, ponlo en práctica y arrepiéntete. Porque si no te mantienes despierto vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora te sorprenderé.
Tengo, sin embargo, los nombres de unos pocos de Sardes que no mancharon sus ropas; ésos me acompañarán vestidos de blanco, porque se lo merecen.
El vencedor vestirá de blanco. Nunca borraré su nombre del libro de la vida, sino que proclamaré su nombre delante de mi Padre y de sus ángeles.
El que tenga oídos, escuche este mensaje del Espíritu a las Iglesias.
Escribe al ángel de la Iglesia de Laodicea: Así habla el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:
Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú piensas: “Soy rico, tengo de todo, nada me falta”. Y no te das cuenta de que eres un infeliz, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me compres oro refinado para que te hagas rico, ropas blancas para que te cubras y no tengas que avergonzarte de tu desnudez; por último pídeme un colirio que te pondrás en los ojos para ver.
Yo reprendo y corrijo a los que amo. Vamos, anímate y conviértete.
Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo.
Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en su trono.
El que tenga oídos, oiga este mensaje del Espíritu a las Iglesias.
Conozco tus obras; te creen vivo, pero estás muerto.
Despiértate y reanima lo que todavía no ha muerto, pues tus obras me parecen muy mediocres a la luz de Dios.
Recuerda lo que recibiste y oíste, ponlo en práctica y arrepiéntete. Porque si no te mantienes despierto vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora te sorprenderé.
Tengo, sin embargo, los nombres de unos pocos de Sardes que no mancharon sus ropas; ésos me acompañarán vestidos de blanco, porque se lo merecen.
El vencedor vestirá de blanco. Nunca borraré su nombre del libro de la vida, sino que proclamaré su nombre delante de mi Padre y de sus ángeles.
El que tenga oídos, escuche este mensaje del Espíritu a las Iglesias.
Escribe al ángel de la Iglesia de Laodicea: Así habla el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:
Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú piensas: “Soy rico, tengo de todo, nada me falta”. Y no te das cuenta de que eres un infeliz, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me compres oro refinado para que te hagas rico, ropas blancas para que te cubras y no tengas que avergonzarte de tu desnudez; por último pídeme un colirio que te pondrás en los ojos para ver.
Yo reprendo y corrijo a los que amo. Vamos, anímate y conviértete.
Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo.
Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en su trono.
El que tenga oídos, oiga este mensaje del Espíritu a las Iglesias.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México