
Conozco tus obras; te creen vivo, pero estás muerto.
Despiértate y reanima lo que todavía no ha muerto, pues tus obras me parecen muy mediocres a la luz de Dios.
Recuerda lo que recibiste y oíste, ponlo en práctica y arrepiéntete. Porque si no te mantienes despierto vendré como un ladrón, sin que sepas a qué hora te sorprenderé.
Tengo, sin embargo, los nombres de unos pocos de Sardes que no mancharon sus ropas; ésos me acompañarán vestidos de blanco, porque se lo merecen.

El que tenga oídos, escuche este mensaje del Espíritu a las Iglesias.
Escribe al ángel de la Iglesia de Laodicea: Así habla el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:
Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!
Pero porque eres tibio y no frío o caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú piensas: “Soy rico, tengo de todo, nada me falta”. Y no te das cuenta de que eres un infeliz, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.
Te aconsejo que me compres oro refinado para que te hagas rico, ropas blancas para que te cubras y no tengas que avergonzarte de tu desnudez; por último pídeme un colirio que te pondrás en los ojos para ver.
Yo reprendo y corrijo a los que amo. Vamos, anímate y conviértete.

Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en su trono.
El que tenga oídos, oiga este mensaje del Espíritu a las Iglesias.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México