Lectio Divina: “Tu fe te ha salvado”
Domingo 28º del Tiempo Ordinario
Lc 17,11-19
1. Lectura
¿A dónde iba Jesús? ¿Por qué límites pasó? ¿Quiénes salieron a su encuentro al entrar a un pueblo? ¿Qué hicieron inmediatamente aquellos diez hombres leprosos?
¿Con qué doble título se dirigieron a Jesús levantando la voz? ¿Qué le pidieron? ¿Con quiénes los mandó a presentarse Jesús? ¿Qué sucedió mientras iban de camino a presentarse con los sacerdotes? ¿Qué hizo uno de ellos cuando se vio curado? ¿Qué hizo postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús? ¿De qué manera se identifica a este personaje? Señala las tres preguntas que hace Jesús. ¿Qué respuesta obvia exige cada una de ellas? ¿Qué otro calificativo –además de “samaritano” (v. 16) le da Jesús al leproso agradecido? ¿Cuáles son las dos órdenes que le da Jesús al samaritano? ¿Qué es lo que ha salvado al samaritano?
Si tienes un poco más de tiempo lee los vv. 5-10 y trata de buscar alguna relación temática especialmente en lo que se refiera a la fe.
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Para comprender mejor este evangelio pongamos atención, en primer lugar, en la relación entre la fe del samaritano extranjero (Lc 17,199 y la falta de fe de los discípulos (vv 5-6). Parece que existe una relación intencionada pues mientras los discípulos reconocen que les falta una fe transformadora el samaritano tiene una fe que salva.
En segundo lugar, parece evidente que el texto quiere remarcar al samaritano. Comienza, sin aparente necesidad y forzando un poco la geografía ubicando a Jesús de camino a Jerusalén entre los límites de Samaria y Galilea. Quizás es un adelanto de la disponibilidad del samaritano extranjero que volverá agradecido con el Señor después de haber sido curado. Tengamos en cuenta además, que a esta altura de la narración del evangelio, se han mencionado en otras dos ocasiones los samaritanos. En 9,51-56 se les presentó como quienes no recibían al Señor de camino a Jerusalén; no obstante, Jesús no permitió a Santiago y a Juan que reaccionaran violentamente; por el contrario el mismo Señor junto con sus discípulos “se fueron a otra aldea” (9,56), con mucha seguridad samaritana. En contraparte al rechazo de los samaritanos en 9,51-56 encontramos el caso del buen samaritano (10,25-37) que es puesto como ejemplo de misericordia al estilo de Dios. Con estos antecedentes el evangelista prepara al lector para una tercera presentación: un samaritano, considerado extranjero, no sólo es agradecido con Jesús, el Señor, que lo ha curado sino que además es modelo de una fe que salva (17,11-19)[1].
En tercer lugar, recordemos que los samaritanos estaban identificados como miembros de un grupo separado del verdadero Israel, agresivos y, con mucha seguridad, impuros.
En cuarto lugar, cuando los evangelios mencionan la lepra no coincide con la enfermedad moderna conocida como la enfermedad de Hansen. En aquel tiempo cualquier enfermedad de la piel que no tuviera explicación o cura era considerada lepra; se consideraba uno de los peores males que podía afectar a una persona. A los leprosos se les consideraba como muertos vivientes[2], al grado que su curación era semejante a revivir. Además, se les declaraba impuros y se les separaba de la comunidad. Debían caminar con las vestiduras desgarradas, ir desgreñados, cubrir su barba y gritar: “¡impuro, impuro!”[3]. En tiempos de Jesús los leprosos no podían entrar en Jerusalén y se las tenían que arreglar por su cuenta para poder sobrevivir. Al miedo del contagio se agregaba el terror de la impureza. Además, la enfermedad estaba relacionada con el pecado. De ahí que la lepra era considerada como castigo de Dios a causa de las faltas cometidas. Un leproso era, además de enfermo, una calamidad y una vergüenza para la comunidad. Por eso, además de curarse necesitaba ser purificado. El libro del Levítico (cap. 14) nos explica cómo debe ser la purificación de un leproso, mencionando entre otras muchas cosas, la presentación ante el sacerdote y de una ofrenda. A todo esto debemos agregarle que, uno de ellos, precisamente el que vuelve agradecido, además de leproso era samaritano extranjero; es decir carga adicionalmente con el estigma de pertenecer a otro grupo, de no ser considerado judío; una doble impureza (véase Hech 10,28).
En quinto lugar, el evangelio introduce un resultado inesperado: de los diez que quedan limpios sólo uno regresa. Las tres preguntas que introduce Jesús dan la clave para comprender el sentido del retorno del samaritano extranjero; cada una de estas preguntas exige una respuesta obvia. “¿No quedaron limpios los diez?”; el lector atento responde en su interior: “¡Claro que sí, los diez quedaron limpios!”. “Los otros nueve ¿dónde están?”; quizás de camino todavía hacia los sacerdotes pues debían recibir la certificación de que ya podían reintegrarse a la comunidad; a lo mejor, al sentirse limpios volvieron a su casa. El evangelio deja abierta cualquiera de estas posibilidades. “¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?”; el lector atento responde en su mente afirmativamente. Las tres preguntas con sus respuestas obvias señalan con fuerza el contraste entre el que ha vuelto y los que no, el agradecido y los otros, el que tiene fe y los que sólo se habían beneficiado de Jesús.
En sexto lugar, pareciera como si el evangelio de Lucas, debido a que se dirige a una comunidad de mayoría no judía quiera insistir en la capacidad que tiene toda persona (judíos y no-judíos) para la fe. Ya había dejado claro desde el comienzo del evangelio que la escucha y la fidelidad no depende si uno pertenece a un pueblo, si es judío o no, hombre o mujer, sino sólo de la disposición para escuchar y poner en práctica su Palabra (8,19-21). Esto, seguramente, animaba mucho a los extranjeros que querían aceptar a Jesucristo e integrarse a la comunidad.
Por último, los diez fueron curados pero no todos volvieron; todos resultaron beneficiados pues Dios es bueno con desagradecidos y perversos (Lc 6,35), sin embargo, sólo uno volvió a encontrarse con El. Los otros nueve quedaron beneficiados pero sin fe; el que volvió quedó curado y con fe, con compromiso, con responsabilidad (17,5-10).
2. Meditación
El evangelio nos deja dos enseñanzas muy claras: nadie está fuera de la posibilidad de encontrarse con Jesucristo; las barreras no las ha puesto Dios sino nosotros. Se deja claro también que nuestra vida de fe tiene sentido sólo si, junto con sentirnos beneficiados y necesitados de Dios, también aceptamos la fe, es decir, la capacidad de comprometernos, de hacer lo que nos corresponde, de transformar nuestro entorno. Esto significa aceptar la salvación.
¿En qué otro aspecto de nuestra vida nos hace reflexionar este evangelio?
3. Oración
Alabemos a Dios por todos los beneficios y gracias que derrama diariamente en nosotros y en las personas con las que convivimos diariamente.
Pidámosle que el reconocimiento de sus dones y beneficios nos comprometan a volver hacia él, a crecer como personas de fe.
Roguémosle que vivamos convencidos de que él realmente beneficia a todos sin excepción; pero que esta conciencia nos ayude también a reconocer que una cosa es ser beneficiado de Dios y otra vivir como persona de fe.
Por último, pidámosle que nos ayude a crecer en la convicción de que todos, sin excepción, podemos tener una fe que transforme nuestro ambiente.
4. Contemplación – acción
¿Hemos tenido la tentación de sólo querer relacionarnos con Dios para sacarle algún beneficio personal?
¿Qué hábitos, comportamientos y actitudes debemos modificar para ser personas de fe agradecidas por los beneficios que Dios nos da diariamente?
¿Qué esperamos nosotros de Dios? ¿Qué espera El de nosotros?
En este momento de nuestra vida ¿Con cuál personaje nos identificamos más ¿con el que extranjero samaritano o con los que no volvieron?
¿Qué prejuicios o ideas equivocadas que tenemos de otras personas debemos eliminar para crecer en el convencimiento de que todos tenemos la posibilidad de ser personas de fe?
[1] Todos estos casos preparan lo que el libro de Hechos de los Apóstoles presentará al afirmar que la misión en Samaria es voluntad del Señor Resucitado (1,8); además, según el capítulo 8 es un pueblo dispuesto para coger la Buena Nueva (8,4-25).
[2] Aarón le dice a Moisés: “Por favor que no sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida” (Num 12,12).
[3] Levítico 13, 45 dice: “El afectado por la lepra llevará la ropa rasgada y desgreñada la cabeza, se tapará hasta el bigote e irá gritando: ‘¡impuro, impuro!’ Todo el tiempo que le dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y vivirá aislado; fuera del campamento tendrá su morada”.