En octavo lugar, la falta de disponibilidad del hijo mayor. Generalmente este personaje es el más molesto de la parábola; sin embargo, en ningún momento se dice que fuera malo: se había quedado en casa, trabajaba, cuidaba de los bienes de su padre, cumplía todas sus órdenes… El problema principal era que parecía convencido de que aquel que había fallado tanto por ese solo hecho ya no merecía ser su hermano ni llegar como hijo de su padre. Cerraba todas las posibilidades de que la casa volviera a su vida normal, a estar completa. Se sentía tan bueno –y quizás lo era- que se oponía al retorno de su hermano y le molestaba que el papá se comportara de esa manera.
Sin embargo, el padre interviene de nuevo; así como había salido a encontrar al hijo menor sale ahora al encuentro del hijo mayor. Lo escucha atentamente, le recuerda que el regreso de su hermano no pone en peligro la parte de la herencia que le corresponde pero también le deja claro que su retorno no le debe ser indiferente. El menor ya había comenzado a arrepentirse y había decidido volver a casa, el mayor quizás estaba a punto de comprender de manera más correcta la relación con su hermano y con su padre. La propuesta del padre estaba abierta para los dos; El papá quiere a ambos hijos y le interesa que la reconciliación inunde la casa.
Por último, vale la pena poner atención en unas preguntas que surgen por razón del mismo texto: ¿por qué murmuraban los fariseos y escribas ante el comportamiento de Jesús? ¿en qué les afectaba? ¿Por qué al hijo mayor le incomodaba tanto la fiesta por el retorno de su hermano? La respuesta posible de estas preguntas entra en lo que se conoce, desde la antropología cultural, como concepción de los bienes limitados.
Todo ser humano reconoce la necesidad de ciertos bienes como salud, riqueza, belleza, reputación, amor, tierra, seguridad; su percepción, consecución y conservación van dependiendo del espacio y tiempo en que se ubiquen. En el caso de la cultura mediterránea de principios de la era cristiana y en agrupaciones actuales parecidas se perciben los bienes en cantidad finita y limitada. Es decir, no pueden ser conseguidos o ampliados más que a expensas de los demás. Se tiene más en la medida que los otros tengan menos; por eso, por un lado no era bien visto que alguien se atreviera a superar ciertos límites y barreras; quien se atrevía se arriesgaba a ser desaprobado; y por otro, si se quería conservar lo propio y/o aumentarlo debería aceptarse que alguien se sacrificara.
Dentro de la categoría de los bienes limitados, sin embargo, no sólo entraban cosas o valores humanos; también era incluido Dios. Así como todos los bienes ya habían sido distribuidos también Dios y sus beneficios; la relación con Él estaba garantizada por sangre y nacimiento (por ej. Lc 3,8). Además, se pensaba que el prestigio de Dios disminuía por el aumento de la reputación de otros dioses; incluso que el honor que exigía el emperador para sí mismo le afectaba a Dios[12]. En la preservación de los bienes y en el cuidado para que el honor de Dios no disminuyera desempeñaba un papel fundamental el sistema de pureza, según el cual Dios, cada grupo, persona y cosas tienen su lugar correspondiente. Desde este sistema de significados se orientaba la conducta personal y comunitaria. Por eso el evangelio señala un comportamiento farisaico: el pavor de que Dios sea menos misericordioso si lo es con gente que, prejuiciosamente, uno considera mala; es el eterno problema de quienes consideran de que Dios sólo debe ser bueno, amoroso y misericordioso con ellos o con quienes ellos determinan.
De este modo, la gratuidad del padre con el hijo menor no es una amenaza para el que siempre ha permanecido en casa; el hermano que ha vuelto no es un intruso, mucho menos un peligro; sigue siendo, aunque se fue de casa durante un tiempo, un hermano. Compartir la alegría por el regreso del hermano y participar en la fiesta es indispensable, si se quiere compartir el mismo padre.
Hay que recuperar a un Dios misericordioso pero para TODOS. Es fácil hablar de misericordia y perdón cuando se trata de nosotros mismos; es más difícil admitirlo para los demás. Los papeles del hijo pródigo y del que había quedado en casa no son fijos; unas veces somos el que se ha ido y fallado, otras el que ha permanecido en casa. Siempre, en un caso u otro debemos confiar en la misericordia de Dios sabiendo que ésta no nos compromete sólo a estar bien con Él sino también a trabajar por ser más y mejores hermanos. Además, el evangelio tiene una invitación clara a valorar y celebrar los esfuerzos de conversión de los miembros de una comunidad pues cuando alguien decide convertirse, la casa (mundo, familia, país, iglesia…) gana en calidad y testimonio.
2. Meditación
¿Qué me hace reflexionar este evangelio? ¿En qué me hace pensar?
Meditemos un momento: ¿a qué me invita la misericordia del Padre? ¿Qué me exige?
¿Qué comportamientos del hijo menor tienen alguna relación con mi vida? ¿qué actitudes del hijo mayor se asemejan a ciertos comportamientos que en ocasiones he tenido o sigo teniendo?
¿Por qué es importante celebrar la conversión de nuestros hermanos? ¿Por qué nos debe provocar una gran alegría la conversión de otras personas?
¿Quiénes se han alegrado cuando nos hemos convertido de ciertas actitudes o comportamientos equivocados?
3. Oración
¿Qué me (o nos) hace decirle a Dios este texto de su Palabra que hemos leído y meditado?
4. Contemplación – acción
¿De qué manera celebramos y valoramos el esfuerzo de conversión de los demás?
¿Por qué a veces tenemos miedo y malestar de que Dios sea un padre amoroso y misericordioso con todos?
Si estamos lejos de la “Casa del Padre” ¿qué debemos hacer para volver? Si estamos en casa ¿qué debemos para no sentirnos dueños de su misericordia?
[1] Aunque la opinión más común es que estas tres parábolas se dijeron a propósito de la actitud de los fariseos y escribas (v. 2) es más acertado considerar la posibilidad de que la expresión “a ellos” se refiere a ambos personajes, publicanos-pecadores y fariseos-escribas; los dos grupos están congregados, unos para escuchar a Jesús y otros para murmurar contra él.
[2] En Lc 5,30 la acusación es contra los discípulos a diferencia de 15,2 que es contra Jesús; no obstante la acusación esemejante: comer con publicanos y pecadores (15,2b; 5,30b).
[3] Véase, por ejemplo, Mc 2,13-17; cf. Lc 5,29-32; 7,34/Mt 11,18.
[4] De modo contrario al padre el hijo mayor se refiere a su hermano como si no hubiera ninguna relación de fraternidad entre ellos (v. 30: “ese hijo tuyo”); no obstante, el padre le recordará que ese hijo, es su hermano (v. 32; cf. también v. 27).
[5] Lit. “comiendo estemos alegres”.
[6] Igualmente está el sentido de recuperar lo perdido en las palabras del criado en el v. 27: “venir”, “recobrar sano”, aunque expresamente sólo el segundo caso aparece precedido por “porque”.
[7] El asalariado gozaba de libertad y ganaba su propio salario; era el criado que no pertenecía a la familia aunque tampoco gozaba de la protección de su amo.
[8] Desde la antropología cultural, el resultado de la fiesta no se puede prever totalmente; es posible vislumbrar cierto alcance y resultados pero no podemos hacer una fiesta para el resultado que queremos exclusivamente pues es una celebración de personas libres. Entra en un sistema abierto, como gratuidad, expresión de vida, verificación de fe, resistencia esperanzadora.
[9] En la medida que avanza la narración en el evangelio de Lucas aumenta también la simpatía hacia los “pecadores” (Lc 3,12; 5,28; 6,32 y 7,36-50; 13,1-5; 15,1-32).
[10] El narrador es coherente pues desde el inicio nos había dicho que “todos” los pecadores (aquí de manera hiperbólica o totalizante; Lc 1,66; 3,21; 6,30; 9,43a) se acercaban para escuchar a Jesús (15,1) y había confirmado esto, con cierta ironía, al decir que cuando uno de ellos se convierte provoca más alegría en el cielo que noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión (v. 7).
[11] En una fiesta no se puede participar obligado pues su sentido principal no es manifestar lealtad sino compartir la vida en libertad; es una especie de desbordamiento de vida, ruptura social y alumbramiento de un orden nuevo.
[12] Así: Filón, De Ebrietate, 110; también en De Legatione ad Gaium, 347. La divinidad no tenía que ver sólo con la esfera celestial sino con los beneficios personales y/o comunitarios; si Dios era bueno cada vez con más gente existían posibilidades de que disminuyera su presencia y/o benevolencia con unos en detrimento de otros.