Justicia social: camino en el que hay que comprometernos todos
Se ha terminado el proceso electoral en el Estado de Durango, Ahora tenemos una autoridad legalmente constituida y a la que debemos unirnos para buscar juntos el bien común que es el bienestar y el desarrollo de nuestro Estado. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (nums. 1928-1942), “La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad”.
El fundamento sobre el que hay que partir es el respeto de la “dignidad trascendente del hombre”, es la persona el fin último de la sociedad y hacia ella debe ordenarse. “Esto implica el respeto de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos, son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral. Sin este respeto, una autoridad sólo puede apoyarse en la fuerza o en la violencia para obtener la obediencia de sus súbditos”. En este momento coyuntural como Iglesia y como debemos recordar estos derechos a todos los hombres de buena voluntad y distinguirlos de reivindicaciones abusivas o falsas, para que guíe nuestro esfuerzo.
El respeto a la persona humana supone respetar este principio: “Que cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como ‘otro yo’, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente. Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un ‘prójimo’, un hermano”. El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más urgente cuando éstos están más necesitados. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos (Mt 5, 43-44). La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo.
Creados a imagen del Dios único y dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad. La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella: “Hay que superar y eliminar, como contraria al plan de Dios, toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión”.
Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los “talentos” no están distribuidos por igual (Mt 25, 14-30, Lc 19, 11-27). Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de “talentos” particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación.
Existen también desigualdades escandalosas que están en abierta contradicción con el Evangelio: “La igual dignidad de las personas exige que se llegue a una situación de vida más humana y más justa. Pues las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única familia humana resultan escandalosas y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y también a la paz social e internacional” (Gaudium et Spes 29).
Otro principio del que se debe partir es la solidaridad, es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana: “Un error capital, hoy ampliamente extendido y perniciosamente propalado, consiste en el olvido de la caridad y de aquella necesidad que los hombres tienen unos de otros; tal caridad viene impuesta tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora” (Pío XII, Carta enc. Summi pontificatus).
La solidaridad se manifiesta en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo. Supone el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su solución negociada. Los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz depende de ella.
¿Cómo podemos involucrarnos, para que, junto con nuestros gobernantes alcancemos mas justicia social? Es momento de orientarnos a los principios básicos desde donde se pueden proyectar normas y decisiones encaminadas a un desarrollo integral de la persona y de la sociedad, y hacia la justicia social. Pero además los ciudadanos deben vigilar a las autoridades para que en el ejercicio del gobierno, respondan a las aspiraciones y necesidades de más justicia social y cumplan las promesas realizadas en campaña.
Durango, Dgo., 19 de septiembre del 2010.
+ Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durang