El Evangelio responde a las aspiraciones más profundas del hombre. No hay ideal más alto. La muchedumbre queda asombrada al escuchar el programa evangélico de Jesús (Mt. 7, 28). El Evangelio es anunciado, no a unos pocos sino a la gente, a todos aquellos que reconocen su incapacidad para saciar. El Pbro. Enrique cases aporta una manera práctica de vivir el cristianismo en la actualidad
Vivir el Evangelio es fruto del Espíritu
Por Pbro. Dr. Enrique Cases
La moral cristiana es fruto del Espíritu. «El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicio, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la Ley» (Ga. 5, 22-23). Quien vive así es ya «hombre nuevo», ha recibido el Espíritu de Dios.
El Evangelio responde a las aspiraciones más profundas del hombre. No hay ideal más alto. La muchedumbre queda asombrada al escuchar el programa evangélico de Jesús (Mt. 7, 28). El Evangelio es anunciado, no a unos pocos sino a la gente, a todos aquellos que reconocen su incapacidad para saciar, por sí mismos, su sed de dignidad y de justicia. El Evangelio es buena noticia: su cumplimiento hace brotar la bienaventuranza, la alegría, la felicidad. Lo que, por encima de todo, busca el hombre. (C.v.e., p. 313)
HIJOS DE DIOS
La ley nueva de Jesucristo hace a los creyentes hijos de Dios, y, por tanto, hermanos de todos los hombres. El cristiano podrá participar de la vida divina más abundantemente y hacer a los otros partícipes de ese don, gratuitamente recibido. Se han abierto las puertas del cielo para todos los que, libremente, quieran ser fieles a Dios.
Con la ayuda de los demás podremos llegar a la cima de la santidad.
COMUNION DE LOS SANTOS
El cristiano es esencialmente un hombre comunitario. Vive en comunión con Dios y con los hermanos. La comunión es su signo distintivo y la realización del mayor de los mandamientos: «Os doy un mandamiento nuevo; que os améis los unos a los otros… En esto conocerán que sois discípulos míos» (Jn. 13, 35).
Este amor fraterno al que Jesús convoca a sus discípulos es como levadura en la masa, que lleva a superar divisiones y enfrentamientos entre los hombres. La raíz de esta vida comunitaria es una exigencia de la Alianza: es la fe en un solo Señor, en un solo Dios y Padre de todos.
La unión fraterna de los cristianos se realiza principalmente cuando juntos escuchan la Palabra de Dios y celebran la Eucaristía. Esta unión se manifiesta, sobre todo, por la unidad en la fe y por la puesta en común de los bienes materiales y espirituales y la ayuda mutua. Todo ello supone la íntima unión espiritual de todos los que nos han precedido y están ya en la casa del Padre. Es lo que llamamos «comunión de los santos» (C.v.e., p. 412)
Los cristianos recibirán, con la gracia, al Espíritu Santo que les llenará de la fuerza divina para que puedan hacer que se restablezca en el mundo el Reino de Dios: reino de justicia, de amor y de paz (Prefacio de la Misa, en la fiesta de Jesucristo Rey del universo).
San Pablo resumirá esta nueva vida diciendo que la condición moral del cristiano es la de -la libertad de gloria de los hijos de Dios. (Rom. 8, 21). El hombre, por creación, es imagen de Dios, pero, por la Redención, esa imagen divina en el hombre es más perfecta: es la imagen de Jesucristo en los cristianos. El cristiano debe ver en los otros la imagen de Cristo, quien considerará hecho a Él, lo que se hiciera por los que creen en Él.
La lucha del cristiano será destruir los restos del mal que queden en su interior y en el mundo: Morir con Cristo al egoísmo; y desarrollar la semilla de bien que Dios ha puesto en su corazón por la gracia: Vivir con Cristo para el amor.
«La fraternidad universal de todos los hombres se basa en que todos somos hijos de Dios, sin distinción de raza, lengua o país» (Juan Pablo II)