El evangelio de Juan señala de manera particular que del pecho traspasado del Señor crucificado por amor, brota el Espíritu como agua purificadora y generadora de vida (19,34; ver 7,37-39). Del don de la vida de Jesús nace la humanidad nueva.
Lectio Divina 4
Cruz florida de Mayo:
La muerte de Jesús es fuente de vida
Juan 3,13-17
“Así tiene que ser levantado el Hijo del hombre,
para que todo el que crea tenga por él vida eterna”
En la conversación con Nicodemo, Jesús invita a mirar hacia lo alto, allí donde mana la fuente de vida que nos hace nacer de nuevo. La fuente de vida es la gloriosa Cruz de Jesús.
El evangelio de Juan señala de manera particular que del pecho traspasado del Señor crucificado por amor, brota el Espíritu como agua purificadora y generadora de vida (19,34; ver 7,37-39). Del don de la vida de Jesús nace la humanidad nueva.
Estos dos pasajes se juntan en esta fiesta en la cual contemplamos el leño de la Cruz, ahora florecido por la Resurrección. Las palabras de Jesús a Nicodemo, después que éste último pregunta por segunda vez cómo se nace de nuevo (3,9), se van remontando vertiginosamente hasta altura insospechadas. Jesús se remonta, señalando la exaltación de la Cruz, hasta el caminar del pueblo de Israel por el desierto (3,14) y finalmente hasta las profundidades mismas del amor de Dios (3,16), de donde todo proviene.
Los verbos del texto seleccionado para hoy describen un doble movimiento que se va hasta los máximos extremos:
(1) “Subir”-“Bajar”: los referentes son el “cielo” y la “tierra”. Jesús viene de las altas profundidades del cielo y hacia él se remonta con su resurrección.
(2) “Dar”-“Creer”: Dios se da a sí mismo de manera radical en su propio Hijo, el hombre que acoge este don también sale de sí mismo en el radical impulso de la fe.
(3) “Perecer”-“Salvar”: el futuro de la vida se ve amenazado con la muerte, pero por medio de la persona de Jesús se da la posibilidad de vivir eternamente.
Todos estos movimientos pasan por la Cruz, entretejiéndose en un único movimiento que lo recoge todo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna” (3,14-15). Lo más hondo de Dios viene al encuentro el hombre y el dolor humano es asumido por Dios sanando el veneno paralizante del absurdo. En la Cruz de Jesús, Dios se da esta cita salvadora con el hombre: la Cruz reconcilia.
La contemplación de la Cruz nos involucra en esta dinámica de reconciliación. Hay que mirar la Cruz. Normalmente esquivamos la mirada y huimos de ella, como se huye de una serpiente que nos causa terror. De la misma manera sentimos dificultad para poner la mirada en nuestros sufrimientos, preferimos pensar en otra cosa, cambiamos el tema, buscamos distractores. Hoy la enfermedad y la muerte –esta última elevada a la categoría de show por los medios de comunicación- tienden a ser disfrazadas y atenuadas en su cruel realidad, para que no nos pongan en crisis.
Pero hay que levantar la mirada y enfrentarla. La Cruz de Jesús nos enseña a hacerlo. No la miramos para desesperarnos sino para leer en ella la respuesta a enigma fundamental que asalta la mente humana: de dentro de la Cruz proviene la Resurrección, mana la vida. Si contemplamos el amor que hay dentro de la Cruz, la vida que hay en el absurdo de la muerte, la increíble entrega que hay allí en esa mezquina expresión del sufrimiento humano, comprenderemos que si “creemos” en Jesús, si acogemos ese don de amor –el más profundo-, todos los dolores asociados al misterio de la muerte son puertas abiertas a la esperanza. Entonces detrás de cada cruz que se hallemos en nuestros caminos descubriremos signos de resurrección.
Curiosamente en la frase central del evangelio de hoy se sustituye el término “mirar” (que sería lo lógico en una frase del tipo: “así tiene que ser levantado”) por “creer”, quedando: “para que todo el que crea, tenga por él vida eterna”. Por tanto se trata del contemplar “creyendo”, es decir, asumiendo.
De ahí que el mensaje que brota de la Cruz es claro y exigente: hay que ver en profundidad la vida. Quien penetra profundamente en la muerte de Jesús, misterio de amor y no sólo de dolor, misterio de entrega y no sólo de rechazo, verá también cómo en sus cruces ya asoma el capullo de una vida que florecerá un día, cuando esté exaltada con Jesús en la Resurrección.
He aquí el punto de partida de una espiritualidad de la esperanza en medio de los absurdos humanos de la guerra y de todas las formas de negación del otro y de la vida.
Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Me parece que en la sociedad actual hay “fugas” para evitar enfrentar el rostro adolorido del hermano?
2. ¿Qué es lo que me invita a contemplar la Cruz exaltada? ¿Hacia dónde se remontaría en última instancia mi mirada?
3. ¿Sé leer y orar los acontecimientos de mi vida desde la Cruz de Jesús? ¿Cómo habría que hacerlo?