PREGUNTA
Los designios de Dios son a menudo inescrutables; sólo en el Más Allá nos será dado «ver» de verdad y, por tanto, entender. Pero ¿sería posible descubrir desde ahora una cierta vislumbre de respuesta a la pregunta que, a lo largo de los siglos, han hecho tantos creyentes: ¿Por qué el Espíritu Santo ha permitido tantas y tales divisiones y enemistades entre los que, sin embargo , se llaman seguidores del mismo Evangelio, discípulos del mismo Cristo?
RESPUESTA
Sí, así es, podemos de verdad preguntarnos: ¿Por qué el Espíritu Santo ha permitido todas estas divisiones? En general, sus causas y los mecanismos históricos son conocidos. Sin embargo, es legítimo preguntarse si no habrá también una motivación metahistórica.
Para esta pregunta podemos encontrar dos respuestas. Una, más negativa, ve en las divisiones el fruto amargo de los pecados de los cristianos. La otra, en cambio, más positiva, surge de la confianza en Aquel que saca el bien incluso del mal, de las debilidades humanas: ¿No podría ser que las divisiones hayan sido también una vía que ha conducido y conduce a la Iglesia a descubrir las múltiples riquezas contenidas en el Evangelio de Cristo y en la reden ción obrada por Cristo? Quizá tales riquezas _ podido ser descubiertas de otro modo…
Desde una visión más general, se puede afirmar que para el conocimiento humano y para la acción humana tiene sentido también hablar de una cierta dialéctica. El Espíritu Santo, en Su condescendencia divina, ¿no habrá tomado esto de algún modo en consideración? Es necesario que el género humano alcance la unidad mediante la pluralidad, que aprenda a reunirse en la única Iglesia, también con ese pluralismo en las formas de pensary de actuar, de culturas y de civilizaciones. ¿Esta manera de entenderlo no podría estar en cierto sentido más de acuerdo con la sabiduría de Dios, con Su bondad y providencia?
¡Pero ésta no puede ser una justificación de las divisiones, que se radicalizan cada vez más! ¡7iene que llegar ya el tiempo en que se manífieste el amor que une! Numerosos son los indicios que permiten pensar que ese tiempo efectivamente ya ha llegado y, en consecuencia, resulta evidente la importancia del diálogo ecuménico para el cristianismo. Este diálogo constituye una respuesta a la invitación de la Primera Carta de Pedro a «dar razón de la esperanza que está en nosotros» (cfr. 1 Pedro 1,15).
El mutuo respeto es condición previa para un auténtico ecumenismo. He recordado poco antes las experiencias vividas en el país donde nací, y he subrayado cómo los acontecimientos de su historia formaron una sociedad pluriconfesional y plurinacional, caracterizada por una gran tolerancia. En los tiempos en que en Occidente tenían lugar procesos y se encendían hogueras para los herejes, el último rey polaco de la estirpe de los Jaghelloni dio prueba de ello con estas palabras: «No soy rey de vuestras conciencias.»
Recordemos además que el Señor Jesús confirió a Pedro tareas pastorales, que consisten en mantener la unidad de la grey. En el ministerio petrino está también el ministerio de la unidad, que se desarrolla en particular en el campo ecuménico. La tarea de Pedro es la de buscar constantemente las vías que sirvan al mantenimiento de la unidad. No debe crear obstáculos, sino buscar soluciones. Lo cual no está en contradicción con la tarea que le ha confiado Cristo de «confirmar a los hermanos en la fe» (cfr. Lucas 22,32). Por otra parte, es significativo que Cristo haya pronunciado estas palabras cuando el apóstol iba a renegar de Él. Era como si el Maestro mismo hubiese querido decirle: «Acuérdate de que eres débil, de que también tú tienes necesidad de una incesante conversión. Podrás confirmar a los otros en la medida en que tengas conciencia de tu debilidad. Te doy como tarea la verdad, la gran verdad de Dios, destinada a la salvación del hombre; pero esta verdad no puede ser predicada y realizada de ningún otro modo más que amando.» Es necesario, siempre, veritatem facere in caritate (hacer la verdad en la caridad, cfr. Efesios 4,15). |