Logos, del griego que significa “palabra”, definición y contexto general.

Logos, del griego que significa “palabra”, definición y contexto general.

LOGOS

Término griego que significa «palabra”, pero también «razón, pensamiento” En la teología cristiana ha adquirido una enorme importancia, ya que el prólogo del cuarto evangelio confiesa la encarnación del Logos divino en Jesús de Nazaret (cf Jn 1,1-18), llamado igualmente «Logos de la vida” en 1 Jn 1,1 (cf. también Ap 19,13, donde se habla del Logos de Dios).

La investigación bíblica se ha empeñado a fondo en averiguar sus raíces culturales y religiosas. Los estudiosos del pensamiento de los Padres y de los grandes concilios de los siglos III-VIII han explorado a fondo el terreno histórico y cultural para comprender plenamente el sentido con que la comunidad cristiana, ateniéndose al texto del cuarto evangelio, siguieron confesando a Jesucristo como el Logos de Dios hecho carne.
El Logos en la cultura griega y en la tradición judeo-helenística.- A partir del filósofo Heráclito (siglo VI a.C.) se atribuyó al Logos en gran parte de la cultura griega (aunque no en Platón ni en Aristóteles) la función de principio de realidad y de inteligibilidad de todo lo que existe. Para los estoicos en particular, era el concepto central del pensar y del hablar recto (lógica), la fuerza divina que anima al cosmos (lógos spermatikós), la fuente de las reglas de acción moral (órthos lógos); para el neoplatónico Plotino es el principio (arché) (Enn., 111, 3. 4), la forma racional de lo real, la realidad que fluye del nous, de la inteligencia raíz de toda la realidad (111, 2, 2).
Esta visión greco-helenista del Logos no es considerada por la investigación reciente como el humus cultural y lingUístico del Logos de Juan. El caldo de cultivo parece estar más bien en las especulaciones del judaísmo tardío sobre la sabiduría y sobre la Torá-ley, en lo que se refiere al contenido, y en la doctrina filosófico-religiosa de Filón de Alejandría, pensador judío helenizado, en lo que se refiere a la tenoinología. Efectivamente, la primera concibe la sabiduría divina (atributo divino personificado, ¡pero no distinto de Dios!) como una realidad que está junto a Dios y gracias a la cual Dios crea el mundo (cf. Prov 3,19. 8,22-36. Sab 728; 8,5; 9,2; Eclo 1,1-lÓ; etc.) y , «moran entre los hombres, aunque estos la rechacen muchas veces (cf. especialmente Eclo 24,8-10ss; Sab 9,1; 18,14ss; etc.). En los círculos rabínicos contemporáneos la Forálley es identificada con esta sabiduría (cf Prov 8,331 Sall) 18,4; Eclo 23,3-22; Billerbeck, 11, 353358). El segundo, por su parte, reflexionando sobre la relación Dios-mundo sobre el trasfondo de la visión bíblico-judía de la «palabra” creadora, asume el concepto/término helenista Logos para indicar al mediador entre Dios, creador trascendente, y el mundo que llega al ser en virtud de su poder (cf. Op. 20, 24, 139., Spec. leg. 81). Sin embargo, este Logos no es de naturaleza divina ni parece tener una dimensión personal.

El Logos en la comunidad cristiana, ya antes de la redacción actual del cuarto evangelio, se había creado el himno en el que se habla del Logos divino mediador de la creación y hecho carne. Con la asunción de la categoría Logos, la comunidad cristiana hizo suyo, sin duda alguna, un concepto que había surgido en el contexto cultural helenista, pero encuadrado ya en una perspectiva filosófico-religiosa por Filón y cargado de aspectos sapienciales de la especulación religiosa judía: en Jesucristo Dios ha dirigido su Palabra definitiva a la humanidad. Sin embargo, al confesar la dimensión divina del Logos y al afirmar que ha puesto su morada entre los hombres, dio al concepto un valor substancialmente distinto del que tenía en la especulación religiosa judía y filosófica filoniana, decididamente antignóstico.

El Logos en la reflexión teológica de la época patristica.- La época de los Padres, siguiendo al cuarto evangelio, se dedicó a una fuerte y profunda reflexión teológica sobre Jesucristo Logos de Dios, comenzando por Ignacio de Antioquía (cf. Magn. 8, 2; también Rom 8,27; Ef3,2). Globalmente se puede decir que, para ellos, él es, en cuanto Logos, revelación de Dios, viene del Padre, es eterno como el Padre, es su consejero en la creación y su instrumento en la conservación del mundo y en la realización de la redención. La doctrina del Logos que enseñaban Arrio y el arrianismo puso de manifiesto estas dificultades y motivó la intervención del concilio de Nicea (325). Arrio concebía al Logos como un ser intermedio entre la realidad trascendente, incomunicable e inalcanzable de Dios y la realidad humana-cósmica; en oposición, el concilio de Nicea propuso la doctrina según la cual el Logos divino, revelado en Cristo, es de la misma substancia que el Padre (omousios to Patrí consubstancial al Padre), Logos/Hijo divino, eterno mediador de la creación y encarnado para la salvación del hombre (cf. DS 125). Con esta toma de decisión doctrinal, Jesucristo, como Logos encarnado, era reconocido plenamente como perteneciente a la esfera divina y su realidad humana con su historia podía ser considerada como verdadera encarnación y verdadera historia de Dios, más concretamente del Logos/Hijo del Padre.
La reflexión cristológica ortodoxa postnicena mantuvo firme esta definición de fe e hizo girar en torno a ella todas las demás cuestiones/disputas cristológicas. Ya no se puso nunca en discusión la verdadera definición del Hijo/Logos ni por tanto la concepción de la divinidad como comunión de personas (Padre, Hijo, Espíritu Santo), quedando confirmado, una vez para siempre, el rostro cristiano de Dios, radicalmente distinto del de las religiones, del de las filosofías y del de la tradición judía. Lo que se preguntó más bien fue cómo el Logos/Hijo pudo encamarse en el hombre Jesús, unirse a él, constituir una única realidad con él.
Fueron éstas las cuestiones más profundas con que tuvo que enfrentarse la cristología postnicena.
Sin embargo, en una perspectiva histórica se puede afirmar que tanto Nicea como la reflexión teológica postnicena sobre el Logos/Hijo eterno no valoraron adecuadamente la historicidad, ciertamente afirmada, de su encarnación en la vida concreta de Jesucristo. Se sintieron más inclinados a meditar sobre ella partiendo de la categoríal concepto del Logos que a reflexionar sobre la realidad divina del Logos poniendo como base su manifestación histórica en Cristo. La historia de la teología ofrece figuras de teólogos que centraron su reflexión teológica en el Logos/Verbo: Orígenes, Agustín, Buenaventura.

El Logos en la teologia contemporánea.- La teología contemporánea sigue siendo, aunque no se limita a serlo, una teología del Logos, sobre todo del Verbo encarnado: al reflexionar sobre él y al valorar la gran tradición cristológica del Logos, se orienta hacia el camino de conocimiento y de reflexión que le traza el pasaje del cuarto evangelio: «Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). La contemplación del hombre Jesús, el Cristo, la atención a la narración que hizo de sí mismo y del Padre con toda su vida histórica (Cf, Jn 1,18), lleva al creyente a exclamar con fe ante Jesús como Tomás: « ¡Señor mío y Dios mío:” (Jn 20,28). La confesión del Logos divino, de su identidad y de su relación con el Padre en el Espíritu, tiene su raíz y pasa a través de la contemplación del Verbo hecho carne. La comunidad cristiana en la que surgió esta confesión y el autor de la redacción actual del cuarto evangelio alcanzaron al Logos del que hablan, pasando por la meditación profunda del misterio de Jesucristo y de su significado respecto a la historia del hombre y del cosmos entero. La reflexión teológica contemporánea ha intentado e intenta recorrer ese mismo camino, con la seguridad de que al final no alcanzará a otro Logos más que al que nos ha revelado los rayos de su luz (y los del rostro del Padre y del Espíritu) en el rostro humilde del hombre Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado.
G. Iammarrone

Bibl.: G. Fries – B. Klappert, Logos. Palabra, en DTNT 111, 251-275; J L, Espinel. Logos en DTDC. 841-852: R, Schnackenburg, El evangelio según san Juan, 1, Herder, Barcelona l980, 24l-357; Ibíd” 1V Herder, Barcelona 1987 l08-l25: W Kohlhammer Logos, en TWNT 1V 69-l40.

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