El cuarto tema de la estructura del kerigma correspode a acepta a Jesús (la conversi’on), su objetivo es permanecer en el, para que se pueda iniciar una vida nueva, dando frutos, ahora en Cristo, sólo un cambio interior para después repercuta en exterior puede ser el que provoque ese nuevo nacimiento.
PERMANECED EN MI AMOR PARA DAR FRUTO |
Invitación a la conversión
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«La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia y sin el cual nada podemos hacer»[1].
«El Señor -queriendo enseñarnos la necesidad que tenemos de estar unidos a él por el amor, y el gran provecho que nos proviene de esta unión- se da a sí mismo el nombre de vid, y llama sarmientos a los que están injertados y como introducidos en Él, y han sido hechos ya partícipes de su misma naturaleza por la comunicación del Espíritu Santo»[2]. El mismo Señor nos enseña en aquella comparación que quien permanece en Él como el sarmiento permanece en la vid, dará cada vez «más fruto» y «mucho fruto»[3], un fruto que permanecerá por toda la eternidad[4]. En efecto, si permanecemos unidos al Señor, nutriéndonos de su amor así como el sarmiento se nutre de la savia vital de la vid, podremos dar mucho fruto para hacer realidad también hoy aquello que san Lucas escribió de la Iglesia naciente: «se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo»[5]. 1. PERMANECER ¿Cuándo da fruto el sarmiento? Cuando permanece unido a la vid. Del mismo modo cada uno de nosotros sólo puede dar fruto si permanece en el Señor, y el Señor en cada uno. Esta es una clave que no podemos olvidar jamás, especialmente cuando nos viene la tentación de abandonar la oración o descuidar nuestra vida sacramental. Para comprender mejor el sentido de esta palabra “permanencia” es importante conocer su concepto bíblico. Como sabemos, los textos más antiguos que tenemos del nuevo Testamento están en griego, y la palabra griega que en nuestro lenguaje se ha traducido por permanecer es “ménein“. El verbo ménein es usado 118 veces en el nuevo Testamento: 67 veces por San Juan, 17 por San Pablo y 12 veces en los evangelios sinópticos. Por un lado se usa la expresión para dar una ubicación espacial, por ejemplo cuando Jesús en su misión pública se detiene y se queda en un determinado lugar[6]. Se usa también para expresar la presencia física prolongada o compañía de una persona con otra[7]. Ahora bien, San Juan usa mucho este verbo en una expresión compuesta: “permanecer en” (meno en)[8]. En el caso de la parábola de la vid y los sarmientos, esta permanencia es mutua, del discípulo en el Señor y del Señor en el discípulo[9], y define una relación de profunda comunión entre ambos, similar comunión que, en el amor del Espíritu Santo, existe entre el Hijo y el Padre[10]. 2. EN EL AMOR Una vez “injertados” por el Bautismo en su Cuerpo místico que es la Iglesia, nuestra permanencia en el Señor exige en primer lugar permanecer en su Palabra[11], es decir, permanecer en la escucha atenta de la Palabra, con la actitud de aquél que busca acogerla, guardarla en la memoria y corazón para ponerla en práctica[12]. Esta permanencia, en el lenguaje de San Juan y San Pablo, implica mantenerse siempre fiel a las enseñanzas recibidas del Señor y transmitidas legítimamente por sus apóstoles en la Iglesia[13]. Es esta permanencia en su Palabra la que lleva también a la permanencia en su Amor, conforme a la misma enseñanza del Señor: «si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor»[14]. Si así obramos, si hacemos lo que Él nos dice como modélicamente nos enseña Santa María[15], participaremos de una íntima y profundísima comunión con el Señor, y por Él con el Padre en el Espíritu de Amor: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él»[16]. ¡Qué importante es, para permanecer en el Señor, encontrarnos con Él todos los días, escuchar su voz y procurar poner por obra sus enseñanzas! ¡Qué importante es adherirnos a Él y abrirnos a la fuerza de su gracia, para que podamos dar fruto! ¡Cuántas veces hemos tenido la experiencia de que solos no podemos! Aleccionados por la experiencia, ¿cómo no hacer caso a lo que Él enseña? Él es la Vid, y yo un sarmiento. Así pues, si no me encuentro con Él todos los días en la oración, si no me nutro de su gracia en los sacramentos, si no me dejo “tocar” por su palabra en lo más profundo y encender por el fuego divino de su Amor, ¿qué frutos produciré? Página 1 2
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