Una receta contra la tristeza
Hace ya mucho tiempo que sueña con reunir una comunidad a su alrededor: los «Hermanitos del Sagrado Corazón de Jesús», misioneros que harían conocer y amar a Jesús mediante una vida de oración, de caridad y de pobreza, en medio de esos pueblos inmensos que no conocen al único Salvador. Sin embargo, escribe: «En este momento tengo una gran paz, que durará lo que Jesús quiera. Tengo el Santísimo Sacramento, el amor de Jesús; otros tienen la tierra, y yo a Dios« Cuando estoy triste, tengo una receta: rezo los misterios gloriosos del rosario, y me digo que importa bien poco, después de todo, que yo sea miserable y que no llegue el bien que deseo. Porque todo ello no impide que el Bienamado Jesús –que desea el bien mil veces más que yo– sea bienaventurado, eterna e infinitamente bienaventurado!«».
Cuando estalla en Europa la guerra de 1914-18, el padre lleva ya nueve años establecido en el Hoggar. De las seis tribus tuaregs entre las cuales vive, tres se han sometido a Francia y le son fieles, pero las demás aprovechan el conflicto europeo para insuflarles el espíritu de revuelta. Son conscientes de la influencia preponderante que tiene el ermitaño sobre los Tuaregs-Hoggar: «El gran interés de Tamanrasset, escribe en enero de 1914 un médico francés, es la presencia del padre Foucauld. Ha conseguido, mediante su bondad, santidad y sabiduría, una gran celebridad entre la población». Así, el padre se convierte en el objetivo de los rebeldes, que organizan un golpe de mano. El 1 de diciembre de 1916, se acercan sin hacer ruido al fortín donde éste reside y llaman a la puerta, que el eremita entreabre sin recelo, capturándolo y maniatándolo. Consciente de lo que ocurre, se prepara para la muerte. ¡Por fin ha llegado el momento tan deseado de reunirse con el Bienamado! «Soportemos todos los insultos –había escrito–, los golpes, las heridas, la muerte, rezando por quienes nos odian« a imitación de Jesús, sin otro fin ni utilidad que declararle que le amamos».
Sorprendidos por dos soldados fieles a Francia, los conjurados enloquecen. Quien se encarga de custodiar al padre le dispara a bocajarro en la cabeza. El padre Carlos de Foucauld se desliza lentamente a lo largo de la pared y se desploma: está muerto« víctima de su celo de amor por esos pueblos en los que la luz de la fe nunca había brillado. Ha dedicado su vida a darles a conocer el verdadero Dios encarnado en Jesucristo, a hacerles experimentar la misericordia de la que él mismo se ha beneficiado de forma tan manifiesta y de la que ha querido, por gratitud, erigirse en heraldo. Hasta el 21 de diciembre, el capitán de La Roche, que manda el sector del Hoggar, no puede entrar en Tamanrasset. En la tumba del padre, planta una cruz de madera. Después, al penetrar en la ermita fortificada que los bandidos han saqueado, encuentra el rosario del padre, un vía crucis que había dibujado con esmero con pluma en unas tablillas, una cruz de madera con una hermosísima imagen de Cristo«
Una custodia en la arena
Al remover el suelo con el pie, el joven oficial descubre en la arena una pequeña custodia donde permanece todavía encerrada una sagrada forma. La recoge con respeto, la limpia y la envuelve en un paño. Cuando llega el momento de dejar Tamanrasset, la coloca delante de él, en la silla del dromedario, recorriendo de ese modo los 50 kilómetros que separan Tamanrasset de Fort-Motylinski. ¡Es la primera procesión del Santísimo Sacramento que se realiza en el Sahara! El capitán de La Roche recuerda una conversación que había mantenido con el padre Foucauld: «Si le ocurriera alguna desgracia –preguntaba–, ¿qué habría que hacer con el Santísimo Sacramento? –Hay dos soluciones: realizar un acto de contrición perfecto y comulgar usted mismo, o bien enviar la sagrada forma por correo a los Padres Blancos». No puede resignarse a la segunda solución; así pues, tras llamar a un suboficial, antiguo seminarista y cristiano ferviente, el capitán se pone unos guantes blancos que nunca antes ha usado para abrir la custodia. Ahí esta la sagrada forma, tal como el sacerdote la había consagrado y adorado. Ambos jóvenes se preguntan quién de los dos va a recibirla. Finalmente, el suboficial se arrodilla y comulga.
En Beni-Abbès, Carlos había establecido un régimen de vida donde la oración ocupaba el primer lugar: santa Misa y acción de gracias, breviario, vía crucis, rosario« Pero la adoración de la Santísima Eucaristía superaba todo lo demás, ya que le dedicaba tres horas y media cada día, repartidas en tres momentos de silencio. En su diario puede leerse: «Mayo de 1903. Hoy se cumplen treinta años de mi primera comunión, de la primera vez que recibí a Nuestro Señor« Y ahora llevo a Jesús en mis miserables manos. ¡Ponerse Él en mis manos! Y ahora, noche y día, disfruto del santo sagrario y poseo a Jesús, por así decirlo, para mí solo. Y ahora consagro cada mañana la Sagrada Eucaristía, y cada noche doy con ella la bendición».
Mediante su ardiente amor hacia Jesús en el sagrario, fray Carlos se adelantaba a la llamada que, un siglo más tarde, el siervo de Dios Juan Pablo II lanzaba a toda la Iglesia: «Queridos hermanos y hermanas« Aquí está el tesoro de la Iglesia« En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia? En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos» (Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003, 59, 60, 62).
Carlos de Foucauld, que fue beatificado en Roma el 13 de noviembre de 2005 amó la Eucaristía como si viera en ella, con sus propios ojos, a Cristo presente. Pidámosle que encienda en nuestras almas un amor cada vez más ardiente hacia Él, que quiere permanecer entre nosotros para ser nuestro confidente, nuestro apoyo, nuestro amigo verdadero y fiel.
Dom Antoine Marie osb