Las intervenciones de la comunidad en la Plegaria Eucarística
Intervenir para participar mejor
Aunque la Plegaria la proclama, en nombre de Cristo y como ministro la Iglesia, el que preside la Eucaristía, no es de él sólo: es de toda la asamblea presente. La comunidad escucha atentamente y sintoniza con la Plegaria. Por eso se le pide al presidente que proclame la Plegaria en las mejores condiciones posibles para que todos la escuchen bien y puedan sintonizar con ella; “claramente y en voz alta, que todos escuchen atentamente… y estén callados el órgano y cualquier otro instrumento musical”, porque proclama esta oración en nombre de toda la comunidad” (cfr. IGMR 12-13).
Si esta escucha atenta y a esta sintonía interior se le añade alguna “intervención” exterior, por medio de un diálogo al principio, una aclamación solemne al final, y unas aclamaciones breves en medio, no es para hacer más pedagogía o entretenida la celebración, sino porque así se favorece esa misma sintonía interior, que es lo importante.
El diálogo inicial
Antes de iniciar el presidente su gran alabanza, tiene lugar un diálogo con la asamblea que tiene un gran interés pedagógico, asegurando un contacto y una sintonía entre los dos protagonistas de la Eucaristía.. Se conoce este diálogo ya desde el S. II con Hipólito.. Luego en los diversos ritos litúrgicos e hicieron ampliaciones no asumidas por nuestro misal.
Actualmente tenemos un diálogo en tres etapas:
a) El sacerdote saluda a los fieles y éstos responden,
b) Les invita a elevar los corazones: ellos le aseguran que tiene ya puesta su intención en el Señor,
c) El sacerdote le invita a una oración de bendición: “demos gracias a Dios”, lo cual a la asamblea les parece “justo y necesario”.
No es el sacerdote solo quien alaba a Dios, ofrece el sacrificio pascual de Cristo e invoca al Espíritu: se siente acompañado, ya desde el principio, por una comunidad atenta y creyente. El diálogo de alguna manera sirve de invitatorio y despertador, para que el presidente se sienta acompañado por la asamblea, y para que la asamblea se sienta representada por la voz de una presidente que no va a decir una oración personal solo, sino en nombre de todos.
“Levantemos el Corazón”
Dentro del diálogo tiene una especial tradición de simpatía y de sentido espiritual precisamente esta frase que se traduce el “sursum cirda, habemus ad Dominum”: “levantemos el corazón: lo tenemos levantado hacia el Señor”.
“La vida entera de los cristianos auténticos consiste en levantar el corazón, tener el corazón en alto: he aquí la vida de quienes son cristianos no sólo de nombre, sino también en realidad de verdad. ¿Qué significa levantar el corazón? Poner la esperanza en Dios, no en ti. Si depositas tu esperanza en ti mismo, tu corazón está abajo, no en lo alto. Por eso responded: lo tenemos levantado hacia el Señor. esforzaos para que sea verdadera vuestra respuesta” (san Agustín, sermón 229).
Anunciamos tu muerte
En las plegaria nuevas se introdujeron en el Misal Romano de 1968, se añadió una aclamación, la que se llama “aclamación memorial”, después del relato de la institución, y antes de que el presidente haga también memorial de la Pascua de Cristo.
Es una aclamación tomada de las liturgia orientales. En ella la comunidad hace como una confesión y una alabanza a Cristo en su misterio de muerte y resurrección.
Últimamente, además y para que la comunidad pueda responder con variedad con las tres diferentes formulaciones de esta aclamación, se ha añadido en la nueva edición del Misal en castellano unas invitaciones diferentes, como ya tenían otros misales:
a) “Este es el sacramento de nuestra fe” (o bien “este es el misterio de la fe”).
R/ “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.
b) “Aclamad el misterio de la redención”
R/ “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”.
c) “Cristo se entregó por nosotros”.
R/ Por tu cruz y tu resurrección nos has salvado, Señor”.
Las tres aclamaciones se refieren a Cristo y se le dirigen a El: cosa que el presidente nunca hace, pero si la asamblea. En concreto las tres se centran en su muerte y resurrección.
En la primera, tal vez la mejor, hay un tono de confesión y proclamación este misterio pascual.
La segunda respuesta está tomada de 1 Co 11, 26: cada Eucaristía es memorial celebrativo de la “muerte de Jesús” entendida en toda su dimensión pascual.
La tercera es un poco más “devocional”.
La doxología y el Amén
Actualmente es el sacerdote presidente el que pronuncia la doxología final de la Plegaria: “Por Cristo…”, y al final la asamblea aclama “Amén”, a ser posible cantado.
No hay que asumir posturas demasiado dogmáticas y definitivas para tachar de incongruente la costumbre que en no pocas comunidades se ha establecido estos últimos años de que el pueblo diga también -como hacen o pueden hacer los ministros concelebrantes- la doxología misma, y no sólo el Amén final.
Es verdad que esta doxología es coherente con el papel del presidente, que ha dicho toda la plegaria y la concluye también. Pero no deja de tener también un cierto tono de aclamación. El simple Amén, sobre todo cuando no es cantado o cuando lo es pero sin desarrollo musical, es una conclusión pobre. No es extraño que tanto en la historia como en la actualidad se hayan hecho intentos de dar al pueblo una intervención más consistente.
La sensibilidad de la Iglesia puede ir cambiando, como lo ha hecho ahora añadiendo la aclamación del memorial.