En aquellos días, Pablo dijo a los presbíteros de Efeso:
Cuiden de sí mismos y de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les ha puesto como obispos (o sea, supervisores): pastoreen la Iglesia del Señor, que él adquirió con su propia sangre.
Sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos voraces que no perdonarán al rebaño.
De entre ustedes mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas falsas e intentarán arrastrar a los discípulos tras sí.
Estén, pues, atentos, y recuerden que durante tres años no he dejado de aconsejar a cada uno de ustedes noche y día, incluso entre lágrimas.
Ahora los encomiendo a Dios y a su Palabra portadora de su gracia, que tiene eficacia para edificar sus personas y entregarles la herencia junto a todos los santos.
De nadie he codiciado plata, oro o vestidos.
Miren mis manos: con ellas he conseguido lo necesario para mí y para mis compañeros, como ustedes bien saben.
Con este ejemplo les he enseñado claramente que deben trabajar duro para ayudar a los débiles. Recuerden las palabras del Señor Jesús: “Hay mayor felicidad en dar que en recibir.
Dicho esto, Pablo se arrodilló con ellos y oró.
Entonces empezaron todos a llorar y le besaban abrazados a su cuello.
Todos estaban muy afligidos porque les había dicho que no le volverían a ver. Después lo acompañaron hasta el barco.
Biblia Latinoamericana / se toma como guía el misal Católico: Asamblea Eucarística. México