FILIACIÓN
Concepto fundamental de la teología cristiana, en particular de la cristología y de la antropología: Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios consubstancial con el Padre, Hijo de Dios también en su humanidad: el hombre es hijo adoptivo de Dios debido a su participación por pura gracia de la filiación divina de Jesús, primogénito de la humanidad creada y redimida por Dios (cf. Rom 8,29. Col 1,15-20). Expondremos el tema d~ la filiación según estos dos aspectos, íntimamente relacíonados entre sí.
En la experiencia religioso-veterotestamentaria no faltan la representación de Dios como Padre y el concepto de filiación divina. Esta filiación aparece con frecuencia en los libros del Antiguo Testamento y designa: a los ángeles (cf. Gn 6,4), al pueblo de Israel (cf. Éx 5,22-23), a los individuos (cf. 1s 30,1-9), a los reyes de Israel (cf. 2 Sm 7 14. 2 Cr 22,10: Sal 2,7; 89,27); en la literatura sapiencial se aplica igual mente a los justos (cf. Sab 2,16-18; Eclo 4,10). La relación paternidad-filiación según los profetas caracterizará en particular a los tiempos mesiánicos (cf Mal 3,17-18).
No cabe duda, sin embargo, de que los conceptos, las categorías Hijo y filiación han adquirido una importancia fundamental en la experiencia de fe y en el lenguaje de la comunidad cristiana de los orígenes sedimentados en los libros del Nuevo Testamento. Todos los autores están de acuerdo en que la raíz de este hecho tiene que verse en la experiencia que realizó Jesús de Dios como Padre y de sí mismo como Hijo de Dios en sentido único. Los escritos neotestamentarios, a pesar de haber sido redactados después de la comprensión más profunda y más plena que los creyentes adquirieron de la misión y de la persona de Jesús con la experiencia pascual, nos ofrecen un testimonio substancialmente fiel de la conciencia que él tuvo de su relación de filiación singular con Dios como Padre, a partir de la cual se sintió portador de una revelación nueva del rostro y del don de gracia de Dios (cf. Mt 11,27) y autorizado a llevar a su cumplimiento la ley mosaica (cf. Mt 5,17-19) y a establecer una nueva alianza entre Dios y los hombres (cf. Mc 14,24 y par.).
San Pablo y el cuerpo joánico, pro fundizando eñ estos datos fundamentales a la luz del misterio de Cristo muerto y resucitado, proyectaron una luz más brillante sobre la relación filial de Jesús con el Padre y, gracias a ella, sobre la relación entre Dios y los hombres y por medio de él. Jesús es para Pablo el Hijo que Dios (Padre) envió al mundo en la plenitud del tiempo para damos la adopción de hijos mediante la efusión del Espíritu (cf. Gál 4 4-7. Rom 8,14ss) y para hacemos vivir en aquella comunión de vida filial con él (cf. 1 Cor 1,9) a la cual nos ha predestinado en el designio eterno de su amor (cf. Rom 8,29; Ef 1,5).
En el cuerpo joánico Jesús es el hijo unigénito del Padre, que ha venido a revelamos sus designios de amor (cf Jn 1,18: 3,18): enviado por el Padre a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Jn 8,32-34 y 1 Jn 4,9) y a darles la posibilidad de ser realmente hijos de Dios (cf Jn 1,13) y de vivir en él y para él según esta dignidad, esperando a que se manifieste su sublime realidad el día de su aparición gloriosa (cf. 1 Jn 3,1-3).
De esta multitud de pasajes se deducen el carácter central de la experiencia de la filiación única y singular de Jesús respecto al Padre y [a realidad de la filiación participada, adoptiva (en el lenguaje paulino hyiothesía de los hombres en él y por él: por eso se puede sostener fundadamente que lo «nuevo” del Nuevo Testamento consiste precisamente en la participación de los hombres en la vida filial de Jesús, dada por el Padre en el Espíritu.
A lo largo de la historia de la comunidad cristiana, la filiación divina de Jesús y consiguientemente la filiación adoptiva de los hombres no siempre se han comprendido ni afirmado con claridad. En la época de los Padres (especialmente en los siglos II-V) varios autores, por motivos teológicos (estricto monoteísmo) y culturales (trascendencia absoluta de Dios), entendieron estos pasajes neotestamentarios en sentido moral, figurado, creatural eminente, adopcionista, no en sentido verdadero, real, ontológico. En particular Arrio (primera mitad del siglo 1V) y el arrianismo negaron la filiación divina ontológica, verdadera, de Jesús y en consecuencia la filiación adoptiva real de los hombres. El concilio de Nicea (325), precisamente en su rechazo de la posición arriana, definió e insertó en su profesión de fe la expresión:
“Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado (hecho), de la misma substancia del Padre” (hornooúsios to Patrí: DS 125). Con estos términos se afirma la filiación divina real, ontológica, de Jesús y se interpretan en este sentido los pasajes del Nuevo Testamento que hablan de Jesús como Hijo y como Logos.
No cabe duda de que en esta afirmación de colorido ontológico hay un desplazamiento de acento respecto a las afirmaciones neotestamentarias, hechas en una perspectiva históricosalvífica; sin embargo, no hay ninguna superposición de sentido. La interpretación de Nicea es una explicitación en la línea del contenido de los textos bíblicos que se hizo oportuna, más aún, indispensable, debido a la interpretación reductiva prearriana y arriana.
El concilio de Éfeso (431) confirmó la doctrina de Nicea contra las tesis cristológicas del patriarca de Constantinopla Nestorio que, por lo que parece, consideraba al hombre Jesucristo como Hijo de Dios en sentido moral; lo mismo hizo el de Calcedonia (451) con la afirmación fundamental de que Jesucristo, Hijo de Dios y Señor, es “verdadero Dios” y “verdadero hombre” (DS 301). La confesión oficial de la Iglesia en los tiempos sucesivos no se apartó de esta doctrina, base del anuncio de todas las confesiones cristianas.
Lo que este camino histórico revela de instructivo incluso para el presente es lo siguiente: la Iglesia ha relacionado siempre íntimamente la filiación única de Jesús con la filiación real, aunque adoptiva, de los demás hombres dada por el Padre por medio de él, en la que tanto insisten diversos pasajes del Nuevo Testamento (cf. Rom 8,14-17. Gál 4,4-7: Jn 1,13; 1 Jn 3,1-3; etc.). Así, cuando tuvo que responder a las dificultades presentadas por Arrio y por otros herejes sobre la verdadera identidad de Jesús, sostuvo siempre que su filiación tiene que entenderse en sentido verdadero, ontológico, ya que de lo contrario la economía salvífica centrada en él no tendría una efectividad real, y no habría y J a una verdadera participación del hombre en la vida divina, una verdadera divinización del hombre, gracias a la iniciativa del Padre por el Hijo en la fuerza santificadora del Espíritu divino, verdades que enseña claramente el Nuevo Testamento. Esta lógica teológica ha guiado los intentos de actualización del dato doctrinal bíblico e histórico-dogmático hasta nuestros días.
Recientemente se han hecho algunos intentos teológicos de relectura de este punto básico de la fe cristiana que, de una manera o de otra, no ha reexpresado con claridad en nuestro mundo secularizado, cerrado tendencialmente a la trascendencia, la dimensión ontológica de la filiación divina de Jesús y la filiación igualmente real, aunque – por participación gratuita, de los demás hombres (cf., por ejemplo, los teólogos de la muerte de Dios, R. Bultmann, H. Braun, la controversia en el campo católico sobre el libro de H. KUng, Ser crístianos, etc.). Respecto a estas y a otras propuestas interpretativas, objetivamente reductivas, las autoridades eclesiales y la inmensa mayoría de los teólogos -de las confesiones cristianas han reafirmado la validez de las afirmaciones del Nuevo Testamento y de las interpretaciones dadas por los concilios y por la gran tradición teológica. (Véase entre otros el documento de la Congregación para la doctrina de la fe sobre la salvaguardia de la verdad de la Trinidad y de la encarnación, Roma 1972).
G. Iammarrone
Bibl.: H. KUng, Ser cristiano f Cristiandad, Madrid 1976; G. Gennari, Hijos de Dios, en NDE, 590-605; O. González de Cardenalf Jesús de Nazaret. Aproximación a la cristología, BAC, Madrid 1975; E. Schillebeeckx, Cristo y los cristianos, Cristiandad, Madrid 19S2; A. Torres Oueiruga, Creo en Dios Padre, Sal Terrae, Santander 19S6; j Pohier, En el nombre del Padre, Sígueme, Salamanca 1976.