EVANGELIO
1. Terminología.- El término evangelio suscita espontáneamente en nuestros días la idea de un libro, más concretamente la de los actuales cuatro evangelios, en los que se traza la figura y se recoge el mensaje de Jesús. Pero en realidad, es sólo por el año 150 d.C.
cuando encontramos los primeros testimonios seguros de este significado, con san Justino (Prima Apologia, 66,3).
En la época del Nuevo Testamento y en la inmediatamente posterior el término evangelio no tiene aún este sentido. Indica más bien una actividad: lo que Jesús hizo y enseñó (Mt 26,13; Mc 1,1) y lo que de él transmitieron los apóstoles mediante su predicación (Flp 4, l 5). Este uso del término está influido sin duda por el uso que hace Isaías del verbo hebreo bsr utilizado.
Evangelio, de una forma bastante amplia, indica en la edad apostólica bien la obra de la evangelización ( 1 Cor 9, 14-18; Flp 4,3.15), bien el mismo mensaje predicado (Rom 1,3-9.16), bien finalmente toda la realidad cristiana (Rom 1,16). En el Nuevo Testamento tenemos dos expresiones: “el evangelio de Dios» (Rom 1,1; 2 Cor 11,7) Y «el evangelio del Hijo»; la primera dice al mismo tiempo que Dios es su autor Y su objeto; la segunda indica que fue Jésús el primero en predicarlo y que todavía hoy actúa en el predicador que lo proclama, o bien que él constituye su objeto.
2. El evangelio, anuncio de salvación por parte de Jesús y de la Iglesia.- Jesús se presenta como el mensajero del «evangelio» mesiánico, y lo hace aplicándose a sí mismo los textos de Isaías sobre este punto. Los pasajes fundamentales son el del discurso en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-21) y el que recoge la respuesta a los enviados de Juan Bautista (Mt 15,2-5 y par,). El contenido esencial de su evangelio es la llegada del Reino de Dios en su Persona: “Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios: arrepentíos y creed en el evangelio» (Mc 1, l 5; también Mt 4,17, integrado con 935).
Hay que advertir que aquí la noción de “Reino de Dios» está presente con toda la carga de su enriquecimiento postisaiano, sobre todo gracias a las aportaciones de la apocalíptica. Se trata del Reino celestial y eterno de Dn 7, l 314.27). Las parábolas del Reino intentan a su vez ilustrar los diversos aspectos del mismo (cf. Mt 13,1-52; Mc 4,134). Si Jesús proclama el Reino por medio de las parábolas, lo hace activamente presente con sus milagros (cf. Mt 11,3-5; Lc 7 18-22). También ellos son evangelio. Más aún, el Reino se hace dinámicamente presente con y en la persona de Cristo (Mt 12,28 y par.).
Cuando los discípulos reciben de Cristo la tarea de continuar su misión (Mt 28,19-20 y par.; Jn 20,21-23), el evangelio deja de ser predicación de Jesús para ser predicación sobre Jesús.
Los discursos misioneros de los Hechos de los apóstoles atestiguan cuál tenía que ser la trama y el contenido de esta predicación (Hch2,14-40.3,12-26; 4,8-12; 72-53; 10,34-43; l3,1-4l). En ellos encontramos seis puntos que se repiten: a) las profecías del Antiguo Testamento se han cumplido y ha llegado va la era mesiánica (Hch 2, 1621),. b este cumplimiento se ha realizado en el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús, que desciende de David (Hch 2,22-32; 3,15); c) Jesús ha sido exaltado como Señor y Mesías Y como cabeza mesiánica del nuevo Israel (Hch 2,33-36. 4,11); d) este hecho está confirmado por el don del Espíritu a la comunidad (Hch 2,33.38; cf. 2,17-21); e) Jesús volverá para llevar a término la « restauración de todas las cosas» (Hch 3,20-21 ; cf. l 0,42); f entre tanto hay que convertirse para recibir el perdón de los pecados y el don del Espíritu (Hch 2,38-40; 3,1§-20).
Estos mismos elementos se encuentran en el corpus paulino: a) las profecías cumplidas con la llegada de Cristo (1 Cor 15,3-4; Gál 1,4); b) de la estirpe de David (Rom 1,3-4), murió, fue sepultado y resucitó según las Escrituras (1 Cor 1,3-4); c) fue exaltado a la derecha de Dios (Rom 1,4; 10,9. 14,9); d) en confirmación de esto, Dios ha dado el Espíritu a la comunidad (Gál 4,46; Rom 8,14-17); e) Jesús volverá para , 2 realizar el juicio (1 Tes 1,10; 4,15-17. Cor 5,10. Rom 2,10): fj en el presente hay necesidad de conversión ( 1 Tes 1,9).
También están presentes estos datos en los Sinopticos: aj el recurso al cumplimiento de las Escrituras; b j la ascendencia davídica de Jesús; c j con su ministerio ha llegado el Reino de Dios; dj está la promesa del don del Espíritu; ej la afirmación del retorno de Cristo.
Juan ofrece el mismo panorama: aj el Antiguo Testamento está presente a través de citas explícitas, pero sobre todo con el recurso a los grandes temas Y figuras del Antiguo Testamento (Moisés, Abrahán, el éxodo, el maná, la serpiente), para subrayar cómo en Jesús se cumplen las grandes esperanzas del Antiguo Testamento (Mesías, rey de Israel, profeta, Hijo del hombre,-Siervo de Yahveh); bj la muerte y exaltación de Cristo, presentes no sólo en el ciclo final (cc. 13-20), sino recordadas a lo largo de todo el evangelio mediante el tema de la «hora» (2,4; 7 30; 8,20, 12,23.27. 13,1; 17,1)y de la«elevación» de Cristo (3,14. 8,18; 12,32-34); cj está el don del Espíritu prometido ( 14,161726; 15,26-27. 16,7-1 1); dj Cristo promete su vuelta (14,3; cf 21,22); ej la necesidad de la conversión aparece con la categoría de la fe (20,30-31).
3. Los destinatarios del evangelio. En la sinagoga de Nazaret (Lc4,18) Jesús se aplica a sí mismo las palabras de 1s 16,1: «…Me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres»: y a los enviados del Bautista, citando el mismo texto de Isaías, les dice de su propia misión: «Se les predica a los pobres la buena noticia”‘ (Mt 1 1,5 y par.). Se trata de los que tienen delante de Dios la postura de un pobre auténtico, ya que bajo el impulso de la experiencia de los propios límites de criaturas saben fiarse únicamente de Dios y se abren a él con un ánimo totalmente desmantelado de sus propias seguridades arrogantes (Mt 9,36; 11,28; 14,14; 18,3-5. Mc 10,15; Lc 18,16-17). Son aquellos que, pobres sobre todo de valores morales, se dan cuenta humildemente de su propio estado y acogen con gratitud la llamada de Dios (Mc 2,14-17V – par.: Mt 21,31: Lc 7,40-50).
4. La respuesta que se le exige al hombre.- El evangelio, además de ser llamada de Dios en la persona de Cristo (Mc 1,15; Mt 4,17) y de los apóstoles (Hch 2,38-40; 3,25-26: 10,43; 13,3841), es también el don de Dios por excelencia (Hch 20,24), en el que opera la fuerza del Espíritu (1 Cor 2,4. cf. Rom 1,16). Por eso el hombre tiene que responder a esta llamada-don con su conversión sincera, que se expresa en la adhesión de fe a Dios, conversión y fe con las que entrega de forma incondicionada su propia persona al Señor (Mc 1,15; Mt 4,17): hay que acoger el don del evangelio con «la fe hecha obediencia» (Rom 1,5; cf. 10,16), aceptando la lógica de Dios que se revela a través de la manifestación suprema de su amor en Cristo crucificado (1 Cor 2.1 16): este hecho desconcierta toda la lógica humana (1 Cor 1,18.21.23), pero en ~ manifiesta el sabio poder de Dios (1 C~ 1,18-25).
5. Cómo leer el evangelio.- El evangelio se identifica con la «economía relativa al hombre nuevo Jesucristo,” (san Ignacio de Antioquía, Ad Epiz. 20,1). Por tanto, a él es a quien tiene que referirse el cristiano para vivificar y alimentar su fe, acercándose a él en un clima de diálogo que lleve a un verdadero encuentro con Cristo. No debemos acercarnos al evangelio como a un simple texto de doctrina o de moral fuera del tiempo y del espacio, sino que hemos de saber situarnos en su auténtico presente, que es el de la Iglesia primitiva. Esto significa que debemos buscar el sentido primero del texto, dejándonos interrogar y perturbar por él, permitiendo que nos hable de sí mismo. Hay que escuchar su testimonio pluridimensional de fe que contiene la experiencia mesiánica de Jesús ~ la experiencia de fe de la Iglesia primitiva sobre Cristo, transmitidas a través del filtro del evangelista, captando a Cristo presente en los «suyos» de todos los tiempos, incluidos los nuestros, Además, la palabra y J la acción de Jesús encerradas en el evangelio llegan hasta nosotros a través de la mediación de la Iglesia primitiva; por consiguiente, se han transmitido según las calcos culturales de la misma. Por eso, hay que distinguir en el texto entre lo qué es el dato doctrinal y lo que, por el contrario, es solamenté su medio expresivo. En este sentido la forma condiciona en parte al contenido y puede desviar de su lectura exacta. JHav que recordar igualmente la profundización teológica de la Iglesia primitiva sobre el dato de la propia fe, que se obtiene actualizando sin alterar, deduciendo del contenido doctrinal las virtualidades implícitas. Por eso mismo, no sólo es posible sino obligada una lectura desmitificante del evangelio. Efectivamente, en esta perspectiva «desmitificar» tiene un sentido positivo: significa distinguir en un mensaje los contenidos doctrinales de sus formas expresivas, que se resienten del cuño cultural del tiempo y del ambiente. Es saber escuchar todo lo que el texto afirma, sin imponerle que nos diga lo que nosotros pensamos que debe transmitirnos.
Así pues, «desmitificar» no es destruir, sino solamente entender el texto de forma inteligente.
A. Dalbesio
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